domingo, 14 de diciembre de 2014

El gran espectáculo, por PEDRO PASTOR SÁNCHEZ.

    

Pintura de Ana Beltrán


     Desde su atalaya contemplan la escena, cientos de individuos congregados para un espectáculo, que no por repetitivo en esta época del año, dejaba de ser insólito. La última oportunidad para ver este despliegue de elegancia, de colorido, antes de iniciar una nueva gira que les llevará más allá del estrecho, tierras africanas donde las profundas raíces comunes se abrazaban, generaciones que una y otra vez repetían un ritual que ahondaba en su propia naturaleza, ritmos y cantos de vida y esperanza, renacimiento perpetuo de una especie.

            El sol del postrer estío ciega los ojos de la gran figura, un ejemplar único, referente para todos por su fuerza, por su tronío, esbelto y enérgico, que no deja indiferente a nadie. La camisa blanca, jaspeada de rosa, como las altas calzas, majestuoso en la pose, otea el horizonte buscando la inspiración, sondeando referencias en su instinto. La sincronía ha de ser total, sus compañeros de escenario se muestran nerviosos, esperando con impaciencia el momento en que el espectáculo arranque para darle réplica. Una agitación contenida convulsiona los corazones de todos los presentes.
            Ceremonioso, se inclina hacia delante sobre su único punto de apoyo, y en su gesto reverencial, el largo cuello arqueado deja su picuda nariz a escasos centímetros de la bruñida superficie. Su reflejo es la pura expresión de la belleza. Cuando, tras una larga pausa, la expectación llega a su cenit, vuelve a alzar su grácil cuerpo, mira a un lado y al otro con sus profundos ojos negros, husmea, y se da cuenta, por fin, de que el momento ha llegado. Despliega de golpe sus extremidades escarlatas, cálamos como robles, estandartes perfectamente alineados que refulgen como estrellas. Un quejío brota de la garganta, atronador, que rebota con estruendo, repetido hasta la saciedad. Todos siguen a su líder en movimiento sincronizado de forma que la nube alada ensombrece por un instante toda la marisma. Y un momento después, la soledad anuncia la llegada del frío otoño. Sólo queda el consuelo de volver cuando retornen a este paraíso natural.
            Uno de los visitantes, emocionado ante tanta belleza, sus prismáticos inundados por lágrimas, no puede contener sus sentimientos, exclamando:

            ― ¡Qué gran espectáculo flamenco!.

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