jueves, 16 de octubre de 2014

Memorias del joven Perico, por JULIO GARCÍA DE LOS REYES.


¡Hola! Mi nombre es Pedro Antonio de Alarcón, principiemos por el principio. Nací, hace ya muchos, muchos años, en Guadix, en el callejón sin salida que hay entre la actual oficina del INEM y la Escuela de Música, En la penúltima casa a la derecha. Me bautizaron en la parroquia del Sagrario, y me pusieron un montón de nombres: Pedro, Antonio, Joaquín, Melitón.
A los dos años, de resultas de una infección que me pegó un ama de leche, quedé ciego…, y hasta los tres años y medio no recobré la vista…, gracias a un médico de Gor, que me curó la infección. Pero de esa historia quedé un poco bizco.
Eso lo aprovecharon mis hermanos para gastarme bromas, sobre todo cuando llegaba el invierno, y los carboneros bajaban de la sierra con sus mulas cargadas de picón para los braseros, recorriendo las calles de Guadix, al grito de “¡Cisco!, ¡Cisco del picón!”. Mis hermanos me decían ¡Perico! ¡Perico! Que te están llamando. Que preguntan por el bizco Alarcón… y claro, nos liábamos a palos.
La familia iba aumentando. En total fuimos diez hermanos, de los que yo era el cuarto, y mis padres buscaron una casa más grande, que encontraron en la calle del “Duende”, un poco más arriba de la placeta del “Conde Luque”, donde estuvo la “Zona” y años después, “Cáritas”. Casa que ahora pertenece a Rosa Martínez, abogada.
Pues bien, como os iba contando, cuando tenía unos nueva años, mis hermanos y yo en lo único en que pensábamos era en correr, saltar, jugar y … pelear.
Mis padres, viendo que les íbamos a destrozar la nueva casa, nos regalaron, prestaron un corral de la casa, que de nada servía, por haber otros mejor acondicionados para gallinas y demás animales comestibles. Hicimos el reparto del corral en diez lotes, dejando en medio la calle para “vía pública”.
Desde ese momento todas las horas que nos dejaban libres, escuelas y colegios, las pasábamos con el azadón y el escardillo en la mano, o sacando agua del pozo, o haciendo estanques y acequias, o… pintando verjas en las tapias con almagra y almazarrón, o... cambiando entre nosotros tales o cuales frutos o semillas. Pasaron ¡Ay! Aquellos años… los hermanos más pequeños fueron heredando las abandonadas huertas de los mayores, según que éstos iban casándose o yéndose del hogar paterno.
Uno de mis hermanos, Fernando José, murió cuando tenía nueve años. Su propiedad fue sembrada de siemprevivas… Comencé en broma a hablar de mis juegos en la niñez y ya no caben lágrimas en mis ojos…
En fin, sigamos. Mi primer maestro fue don Luis de la Oliva. Entré en su escuela con tres años y medio, y salí de ella con nueve años, para ponerme a estudiar gramática latina, que aprobé dos años más tarde. Con catorce y medio ya era bachiller en filosofía, y me fui a Granada, donde me matriculé en derecho. Pero no llevaba aun tres meses en Granada cuando, las dificultades económicas de una familia tan numerosa, me hicieron volver a Guadix. Me matriculé en el Seminario con gran alegría de mi madre, que creo que ya daba por hecho que iba a ser, como mínimo, madre del obispo o quizá… ¡quién sabe!.
¡Yo no tenía vocación de cura! ¡Yo tenía vocación de casado! ¡hombre ¡con quince años, quiero decir que, me gustaban las mujeres, vamos, que me había enamorado. Nunca hablo de esto, pero alguna vez tiene que ser la primera. Veréis, escribí por aquel tiempo cuatro obritas de teatro, casi seguidas, que un grupo de actores aficionados representaron en lo que llamábamos Teatro del Pósito, que no era otra cosa que un gran almacén de granos, situado a espaldas de lo que hoy es el ayuntamiento de Guadix, y que servía también para local de funciones musicales o de teatro. ¡A lo que vamos! Aquellas obritas me valieron triunfos y coronas de laurel sin número, sólo envidiables (pronto me di cuenta) por lo mucho que me gustaba la graciosa joven que representaba el papel protagonista, y a quien yo regalaba todos mis laureles. Su nombre era Claudia, hermana de mi buen amigo José Requena Espinar. Murió pocos años después aquella infortunada, y los necrológicos versos titulados LAS NUBES, que escribí pensando en ella.
¡Oh, nubes disipadas
del apacible otoño,
llevad mis pensamientos
a la que muerta adoro.
Son quizá los únicos que salvé de aquella mi juventud. Todo lo demás que escribí, lo quemé. A mediados de 1852, cuando contaba 19 años, a través de mi amigo Torcuato Tárrago, entramos en contacto con un mecenas de la ciudad de Cádiz. Convinimos en publicar allí una revista que se escribiría desde Guadix. Así nació EL ECO DCE OCCIDENTE. Fue todo un éxito y al poco teníamos más de setecientas suscripciones entre Madrid, Toledo, Cádiz, Granada y Guadix. En esta revista publiqué mis primeros relatos, algunos de ellos muy conocidos como EL AMIGO DE LA MUERTE, EL CLAVO, LOS OJOS NEGROS, LA BUENAVENTURA… y otros muchos más.
Como la revista iba muy bien, y yo ganaba un buen dinero, decidí emanciparme. Dicho y hecho, cuando aún no había cumplido los veinte años me marché de casa yendo a Cádiz, donde después de un mes salí para Madrid con poco dinero, muchas esperanzas y dos mil versos en endecasílabos que había escrito como continuación a EL DIABLO MUNDO de Espronceda, que este había dejado sin terminar por su prematura muerte. Pero cuando fui al editor y le llevé mis versos no hacía dos meses que se venía publicando la verdadera continuación de los versos de Espronceda.
Así que quemé también los dos mil versos, y el poco dinero que tenía me lo gasté yendo al Teatro Real a oír buenas óperas. Cuando ya estaba sin un cuarto, en Guadix se hizo el sorteo para ver qué mozos iban de soldados. Y salí con el número ocho. Volví a mi casa preocupado y asustado, pero mis padres pagaron para librarme de la mili (la verdad, no sé de dónde sacaron el dinero).
Convencidos mis padres de mi vocación literaria, me dejaron que me fuera a Granada, donde el uno de enero de 1854 volví a editar EL ECO DE OCCIDENTE, que dos meses antes había dejado de publicarse en Cádiz.

Comencé entonces a relacionarme con los jóvenes literatos y artistas de la ciudad y al poco toda Granada nos conocía como LA CUERDA GRANADINA. Pero eso ya es otra historia que quizá algún día os contaré.

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