martes, 14 de octubre de 2014

Los sonetos de Pedro Antonio de Alacón, por JAVIER FRANCO.


Pedro Antonio de Alarcón, el hijo pródigo y prodigioso de un Guadix pueblerino, encerrado en sí mismo, y de fantasmas antiguos, fue en su momento un bestesellerista reconocido, sus novelas «El Escándalo», «El Niño de la Bola», «El Capitán Veneno» o «El Sombrero de Tres Picos» estuvieron en el top de las ventas impresas de su época, algunos de sus cuentos llegaron a convertirse en clásicos como «El Clavo», «La Buenaventura», «El Carbonero Alcalde» o «La Mujer Alta», también obtuvo el reconocimiento su labor periodística, ante todo su «Diario de un Testigo de la Guerra de África», exponente del primer periodismo de guerra riguroso, pero su poética no alcanzó el reconocimiento más allá de premios en juegos florales con poemas de romanticismo trasnochado, al uso de la época, pero de escasa calidad literaria como «El Suspiro del Moro».
Pero no se ha resaltado una de sus facetas, a mi entender, más magistrales: la de sonetista. Es autor, al menos, de una serie de veintinueve sonetos, algunos de ellos de una fina ironía, combinada con el uso magistral de la métrica, que da lugar a unos sonetos de gran belleza e ingenio como «Al vino “Abolengo” de las bodegas de misa», «El cigarro», «Humo y ceniza» o «Las palmeras». También sabe reflejar el dolor del amor imposible, no encontrado o no correspondido en «El llanto del Soltero», «Desaliento», «Presentimientos» o «El amanecer». La imagen de la amada muerta, la muerte en sí, con una impronta claramente poeiana en «En la tumba de un asesinado», «A…», «La campana de agonía» o «¡Adiós al vino!». Y, cómo no, el amor por el amor, sea de enamorado, sea de padre,  en «A Carmen, al piano», «A mis hijas en sus días» o «La hija del poeta».
Pasados más de setenta años de la muerte del autor, de acuerdo con la legislación vigente, las obras son de acceso público, por lo que voy a transcribir a continuación algunos de los sonetos reseñados, para que valgan de muestra para el descubrimiento y regocijo de quienes los desconocen y para remembranza y regocijo de quienes ya los saben:


El Cigarro

 Lío tabaco en un papel; agarro
 lumbre y lo enciendo, arde ya medida
 que arde, muere; muere y enseguida
 tiro la punta, bárrenla... y al carro!
 
 Un alma envuelve Dios en frágil barro,
 y la enciende en la lumbre de la vida,
 chupa el tiempo y resulta en la partida
 un cadáver. El hombre es un cigarro.
 
 La ceniza que cae es su ventura;
 el humo que se eleva su esperanza;
 lo que arderá después su loco anhelo.
 
 Cigarro tras cigarro el tiempo apura;
 colilla tras colilla al hoyo lanza,
 pero el aroma... ¡piérdese en el cielo!



En la tumba de un asesinado

 No lágrimas merece la memoria
 del que justo vivió y honrado muere,
 ni gritos de venganza el alma quiere,
 si escucha ya los cánticos de gloria.
 
 Quien al caer, cual víctima expiatoria,
 perdona generoso al que le hiere,
 cándidas flores del amor espere,
 sacras, más que le laurel de la victoria.

 Hoy esas flores tejen tu diadema
 y adornan tu callada sepultura,
 como ayer adornaban tu camino:
 
 Ellas de tu virtud son el emblema...
 ¡Así dejaran su semilla pura
 en el alma del bárbaro asesino!


La campana de agonía

 ¡La una!... ¡Paz a ti! –Todo reposa,
 La noche aduerme al mundo... mas yo velo,
 dando en los libros a mi loco anhelo
 pábulo ardiente y expansión briosa.

 La voz de una campana pavorosa
 cruza los aires con remoto vuelo...
 adiós de un alma que se eleva al cielo:
 aye de un cuerpo que se hundió en la fosa.

 Feliz mortal, que huyes de esta vida,
 ¿quién eres? ¿quién has sido? ¿qué has hallado
 en el mundo que dejas? Tu partida,

 ¿a qué nueva región te ha encaminado?
 ¿Sombras o luz? ¿Comprendes algo ahora?
 ¡Ah! ¡Dime tú lo que este libro ignora!






Presentimientos

 Al fuego lento de tus ojos frito,
 tengo en mi corazón verano eterno:
 tú, en las neveras de constante invierno,
 guarda, Inés, un alma de granito.
 
 Yo me acerco a tu hielo y no tirito,
 ni las llamas mitigo de mi infierno:
 tú llegas de mi alma al hogar tierno
 y en sus ascuas tu nieve no derrito.
 
 ¿Cómo encuentro calor donde no hay llama?
 ¿Cómo no da calor la llama mía?
 ¿Cómo mi incendio tu esquivez no inflama?

 ¿Cómo tu hielo mi pasión no enfría?
 ¡Ay! ¿cuándo nos veremos igualados,
 abrasados los dos, o ambos helados?


Humo y ceniza

 Fumaba yo, tendido en mi butaca,
 cuando, al sopor de plácido mareo,
 mis sueños de oro realizarse veo
 del humo denso entre la niebla opaca.

 Mas ni la gloria mi ambición aplaca,
 ni nada calma mi febril deseo
 hasta que, envuelta por el aire, creo
 verte mecida en vaporosa hamaca.
 
 Corro hacia ti, mi corazón te evoca,
 y cuando el fuego de tu amor me hechiza
 y van mis labios a sellar tu boca,
 
 de ellos, ¡ay!, el cigarro se desliza
 y sólo queda, de ilusión tan loca,

 humo en el aire y, a mis pies... ceniza.

1 comentario:

  1. Estoy descubriendo poquito a poco cómo el accitano pedro Antonio de Alarcón es uno de los grandes de nuestra literatura.

    ResponderEliminar