domingo, 15 de junio de 2014

Gabo, por ANTONIO PELÁEZ TÓRRES.

     

     Nadie supo que entre aquella polvareda de peces de colores que nadaban en las ondulaciones cegadoras de la luz de medio día flotaba el espíritu incorruptible de García Márquez. Me deslicé hacia las apestosas emanaciones de bananas podridas que atufaban el vaho fluvial de Macondo y allí volví a percibir su presencia apenas. Había como una especie de calor denso y pegajoso que retenía el perfil rizado de su figura y su voz de negociador de palabras y sueños. Y de entre aquellas palabras razonablemente deshilachadas y vueltas a trenzar se holografiaba un tipo normal de aspecto bonancible que pretendía agregarle algo de fiereza baldía a su cara con un bigote cuidado y espeso. Entre el abultamiento Caribe de sus pómulos y el hinchazón estructural de sus párpados se dibujaba como un esdrújulo miedo a la matemática, no tanto al álgebra y a la geometría como a la aritmética. Se pergeñaban entre sus dedos los vocablos del maestro Calderón y allí enfilados como una pluma de zopilote, medio emborronados por la lluvia, los sueños del ancestro bogotano, después parisino y en un zumbido de abejorro ruinoso y libado, del eco del mundo. Me destazaron el pecho los vengativos desbaratadores de Santiago Nasar, no sé si diez o doce veces…y cuando ya pensaba que en aquellas calles de plomo me derretiría abrasado por el hostigamiento de la asfixia encontré la puerta del otoño de un decrépito patriarca que navegaba entre vacas y ensoñaciones de grandezas para desde uno de sus balcones ruinosos intuir a lo lejos en una tarde, creo, con sabor a mañana los funerales de una mamá grande y las miserias y grandezas de un general abocado a morirse entre las venenosas emanaciones de un recuerdo de gloria. No quise sufrir más y lo gocé rememorándolo en Estocolmo vestido de blanco, como para recitar, no, mejor… para cantar en voz segunda un bolero perdido en un día que el Nobel se le convirtió en novia sumisa pero perecedera: Y así entre putas tristes y cuentos amarré las sombras que pude a su bagaje fluvial de sueños y a su torrentera inverosímil de memorias bien dichas y mejor escritas y desde entonces cuando quiero suspirar enjaezo mi decrépito Rocinante y me adentro en las sorprendentes ciénagas de amor de sus libros porque allí los caminos de su vida son eternos.

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