miércoles, 14 de mayo de 2014

Poética de los cuatro elementos: nosotros los poetas, por CUSTODIO TEJADA.





Desde Homero para acá
todo se ha dicho,
todo está escrito.
A lo único que podemos aspirar los poetas
es a recrear de nuevo el mundo, una y otra vez
hasta el final de los tiempos.
Nuestra máxima conquista reside
en decir con las mismas palabras
otras músicas, otros redobles que anuncien
el más difícil todavía, otras maneras delicadas
de anunciar lo mismo con una luz diferente.
Somos poetas para salvar la palabra del olvido,
del musgo y la telaraña,
para dibujar con letras el silencio a gritos de la creación.
Somos poetas que levantan acta del sacrificio y la gloria
que supone vivir con la voz a cuestas.
A lo sumo, y después de mucho escuchar,
sólo podemos redescubrir un alfabeto caprichoso
e inventar así otro idioma dentro del mismo idioma,
otro lenguaje sísmico que nos devuelva la frescura y el ingenio
que la costumbre nos arrebata por el camino.
Levitamos en cada letra,
en cada coma nos atrincheramos
buscando con ahínco
una metáfora brillante,
un verso que contenga toda la fragancia de las horas.
Buscamos el mágico renglón de la historia
que antes nadie lo haya escrito.
-Agua Fuego Tierra y Aire-.
Detener el tiempo en el vaivén
de los cuatro elementos,
como un milagro en forma de oración.
Nada más y nada menos
esta es la salvación suprema a la que aspiramos.

Igual que tú, estimado lector,
yo también deduzco
que la Poesía
es la música imprescindible del Universo,
el sonido perfecto,
la magia de Dios hecha verbo,
una antorcha encendida
que ilumina en la oscuridad del pensamiento.
Los poetas vamos y venimos
de un verso a otro verso
buscando el término exacto
que reinvente la creación de cabo a rabo.
Como si el poeta fuera
un atrapasueños,

un atrapaversos,
o el último héroe de ficción.

El poeta pretende que por su boca
hablen las piedras y las raíces,
el elefante y el insecto.
Quiere que por su boca
hablen todos los hombres
que no tienen voz ni conciencia
para poder quejarse,
para poder sublevarse.
Sí, el poeta habla en nombre de todos
y en el suyo propio.
En nombre del asfalto
y también de la veleta.
Y por ti también habla. Y calla,
esta vez en nombre
de los que hablan demasiado
hasta el aburrimiento.
Y bendice y perdona y olvida,
y escupe y vomita,
acaricia y ensalza, y desprecia.
Y por supuesto, ama.
Por su boca habla el fuego y la lluvia,
la tormenta y el rayo,
y el trigo azotado por el viento
a la espera de una bandada de pájaros.
Por su boca gritan el hielo de la Antártida
y los árboles del Amazonas.
Por su boca susurran la lombriz
y la libélula,
el ocaso y la hojarasca,
la galaxia y el cometa.
Su garganta es un coro divino
en el que la creación entera canta,
cuadriga dorada
que el sabio Cosmos conduce
en búsqueda constante de La Palabra.

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