Soy catedrático de Literatura en la Universidad
Internacional de La Rioja, en cuya Facultad de Educación desempeño la
responsabilidad de vicedecano de Investigación, y compagino mis tareas
académicas con la creación literaria y las labores de editor como miembro del
comité editorial de La Discreta, que este año conmemora su vigésimo quinto
aniversario fiel a su lema: “Náufragos en tiempos ágrafos”.
¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Pasmos
de Tediato?
Una respuesta comprometida a sentimientos muy
diversos –sobre todo la extrañeza, la decepción, el dolor, la denuncia y en
alguna ocasión una rabia indisimulada, pero contenida y tamizada por la sátira
y el humor– planteada en tres partes, protagonizadas por sendos heterónimos: el
poeta dieciochesco Tediato, Sir Yago de la Eterna Encrucijada, caballero
aventurero ma non troppo, y el grumete James Wolfson.
¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?
Quisiera pensar que la principal clave de este
poemario radica en lo que enuncia la segunda parte de su título: la gravedad de
lo leve, es decir, la posibilidad de expresar una reflexión profunda y
necesaria (al menos para mí) en un registro muy diferente del habitual.
Esta propuesta me resulta más fácil gracias al
despliegue de un aparato ficcional sustentado tanto en los tres heterónimos a
los que me refiero en la anterior respuesta como en la autoparodia,
representada por un editor también apócrifo, Dióscoro Vagalume, capaz de espigar
en una bibliografía igualmente inventada los testimonios más adversos sobre mi
poesía. El poemario vuelve, en este sentido, por el camino abierto en otros
poemarios de tono grave (por utilizar un adjetivo que representa claramente la
oposición a la levedad que preside Pasmos de Tediato), en los que me
propongo recordar que la poesía admite la ficción tanto como la prosa. El
lector informado –el lector habitual de poesía, en fin– sabe que lo que cuenta
la voz poética no tiene por qué ser siempre verdadero, aunque implique la
recreación de un sentimiento verdadero. Digo consciente y deliberadamente
“verdadero”, no “auténtico”.
¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde
la primera publicación hasta esta última?
Entiendo que aquellos que me lean están más
cualificados que yo para contestar a esta pregunta. Creo ser consciente, en
todo caso, de haber intentado construir en todo momento una obra honesta,
comprometida, cordial e inteligible, traducida en poemarios de temática y
factura diferentes pero presididos por el mismo aliento vital. Aquellos que me
han privilegiado con su lectura son conscientes, por cierto, de la importancia
que el juego de la heteronimia ha representado, como una constante, en los
libros que he publicado hasta ahora.
¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo
elegiste?
Acabo de terminar el último libro de Emilio
Gavilanes, La orilla del camino. Leer a Emilio Gavilanes es una
experiencia gozosa donde las haya en la que la sorpresa, la conmoción, el
aprendizaje y el descubrimiento de los entresijos del mundo y del hombre marcan
cada texto y cada página. Uno llega a la última página absolutamente seguro de
que ha pasado algo; más exactamente, de que le ha pasado algo, y algo de
verdad importante.
Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?
Muchos. Tengo tres poemarios terminados en estado de
reposo –creo que se entiende lo que quiero decir–, dos en proyecto y un libro
de relatos a la mitad. Cada uno de ellos espera su momento y requiere su
proceso. La creación literaria no se aviene con la prisa.
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