sábado, 5 de agosto de 2023

ENEMIGOS O AMIGOS, por Mª Carmen Iniesta Turanzas.

  




—¿Ya estás aquí? Te dije que hoy no vinieras. Me comprometes.

—Buenos días para ti también.

—Tienes razón, perdona, es que hoy estoy muy nervioso. No he pegado ojo en toda la noche por culpa del maldito ruido de esos monstruos, y no digamos de las luces dirigidas a mis ojos.

—Pues por eso mismo he venido tan temprano. Bueno y porque he dormido de maravilla.

—Di que sí, tú tan feliz en tu inconsciencia. Claro, como te puedes largar a dormir donde no te moleste nada…

—No refunfuñes; lo que te digo es que, como no me dé prisa, estos monstruos, como tú los llamas, me dejan sin probar bocado. Solo un poquito, por favor; ayer no comí casi nada. Me muero de hambre. Tengo que aprovechar antes de que lleguen a esta zona. Cuando nos queramos dar cuenta llega el viejo de la barba blanca. Ya sabes le encanta cubrir el campo con una manta nívea o  esparcirlo de cristales helados para que no podamos ingerir alimento alguno.

—Si, una época dura para ti, mas con la misma rapidez hará su entrada triunfal tu amiga llena de colores, los arroyos reventarán de agua cristalina y la tierra eclosionará para ofrecerte alimento hasta que tu cuerpo diga ¡basta!

—Hombre, hoy estás poético. No será el hambre quien desate tu imaginación ya que tu nunca comes.

—Sí, eso es cierto, yo no paso hambre, pero, mírame, estoy espantoso con estos colores horribles.

—No te enfades; hoy estás especialmente estrafalario. No sé en que piensa el que te viste, debe tener un problema de cromatismo, si no, es incomprensible esa mezcla de colores antagónicos.

—No te rías de mí. ¿Sabes?, te envidio. No me gusta mi vida. Aborrezco dar miedo, espantar a seres que alegran la vista y el oído con sus colores y sus voces. Odio mi trabajo, me gustaría estar del otro lado, del tuyo. Y no te digo como me siento ante las burlas y la evocación de mi nombre para describir a alguien estrafalario y despreciable. Fíjate, sin ir más lejos, esta madrugada han pasado dos de los chicos del Eusebio. Venían de las fiestas de Santa Cruz dando tumbos y sus carcajadas al señalarme con la botella que llevaban en la mano, creo que se oirían hasta la plaza del ayuntamiento de Santa María.

—A ver si ahora te me vas a deprimir. Ya sabes como son, no tienen nada en la cabeza, máxime con unas cuantas copas. Descuida que mañana sin falta los voy a dar un concierto al amanecer y nos reiremos nosotros. A levantar ese ánimo, soy tu amigo, hace un día estupendo; mira que amapola tan bonita. Y…, a todo esto, ¿me dejas o no?

—Venga come, pero date prisa. Parece que se acercan. Hazlo despacio, no te vayas atragantar y yo no puedo darte golpecitos en la espalda. Cuando estés harto, sube si te apetece.

Cada tarde al bajar a beber al arroyo, los corzos, en la soledad de la llanura, a la par que bosteza el sol en el borde del otero entre algodones anaranjados y los planetas se atropellan para aparecer los primeros, se encuentran con ellos: como un cuadro imposible, un colorido espantapájaros tocado con sombrero de paja donde alguien ha pinchado una amapola. Tiene la cara vuelta hacia su brazo en el que apacible y feliz duerme un pequeño y gordito gorrión.

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