Todas
las manos encierran misterios.
Todas
las manos hablan.
Solo
hay que prestar un poco de atención a la danza sinuosa de esa extremidad tan
genialmente otorgada.
Manos
capaces de amar, de sanar, de acariciar.
No es
este el caso.
He
aquí una mano que avergüenza.
Una
mano que pide ayuda denegada, que se erige en representación de miles de manos,
apéndices de tantos cuerpos, que yacen en los fondos marinos, cuando lo que
pretendían era emigrar a un lugar donde tocar la felicidad con la punta de los
dedos.
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