martes, 28 de febrero de 2023

ATRAPADO, por María Jesús Ortiz Moreiro.

 

Todavía no logro entender por qué se han puesto como se han puesto. ¡Qué querían que les dijese! Pues lo que les he dicho, que es ni más ni menos que lo que les digo a todos: “Que yo les saco las impresiones que me digan en el formato y soporte que crean conveniente, que ahí tienen la lista de precios de las copias de más al margen de lo acordado ya por el reportaje y que aquí paz y después gloria”. Bueno, esto último, lo de “aquí paz y después gloria” no se lo he dicho, no creo, creo que lo he añadido ahora que te lo estoy contando. En serio que les he dicho exactamente eso. Te prometo que por mi boca no ha salido nada más hasta mi “¡ehhhh!” que ha seguido al portazo que han dado al irse y que ha hecho retumbar el expositor, dando casi al traste con la colección completa de portarretratos de cristal.

Por más que lo pienso es que no me cabe en la cabeza su reacción, pero ¡qué me puede caber más en mi pobre cabeza, que me la han puesto como un bombo, que estoy que echo chispas! Desde que entraron aquel día en mi portalito con esas caras redondas, con esas sonrisas petrificadas, tan iguales ambas dos que más que prometidos parecían gemelos, no me han dado más que berrinches. Eran la duda andante. Dudaban continuamente de todo y por todo y, claro, normal que yo, a estas alturas, acabe dudando hasta de mi nombre. Porque me conoces, porque te conozco, que si no… al loquero derecho.

Mira que he tratado con parejas de novios indecisas. Y estrictas y exhibicionistas y pudorosas, tiquismiquis, pasionales, frías, descerebradas... toda la fauna que te puedas imaginar, de todo carácter, posibles y condición. He hecho reportajes subido a aeroplano, a globo aerostático, haciendo submarinismo o en platós de televisión, por ponerte algunos ejemplos así rarillos. Paciencia tengo para dar y regalar y de prudencia voy también sobrado. Pero la habilidad de este par para volverme tarumba se ha visto hoy condecorada con el cum laude. Después de estar toda la santa mañana con ellos, solo con ellos, con lo que eso ha supuesto, que he tenido que cerrar la tienda por estar mi ayudante de baja y no tener a nadie que me cubriera entretanto en el mostrador. Después de anotar y desapuntar a igual ritmo tales y cuales copias, de haber decidido y rectificado veinte veces las ampliaciones, resulta que me dicen que no están seguros, bueno, en realidad sí estaban seguros, pero yo ya les había disuadido de la idea, de manera que retorcidamente querían hacerme decir lo que yo, por mi criterio profesional en ningún caso podía acabar diciendo, para que, cuando se consumase el desastre, descargasen en mí la responsabilidad del fiasco y no sobre sus divinas voluntades. Ellos insistían “en dejarse asesorar”. Venga y venga con la matraca de que si yo era el experto en la materia y tenía que decidir. “¡Que yo soy un mandao, señora!”, volvía a aclararle. “¡Que yo estoy a lo que usted diga!”, le repetía al novio. ¿Tenía que decir yo lo cualo? Ellos, dale que dale que dale, toma que toma que toma, que tengo una novia que vale más que la fuente de Roma. Y entonces, a la enésima vez que escuchaba su propuesta - ¿a quién se le ocurre? - de imprimir en lienzo de gran formato la imagen de la puesta de anillos, no he podido evitar abrir los ojos un poquito más de la cuenta, apretar los labios una chispa, - ¡nada y menos, no te vayas a creer! - y echarme levemente hacia atrás como para coger un poco de aire. Era lo mínimo que podía hacer. Era… entiéndeme… Yo, yo estaba siendo sometido a una especie de tortura psicológica por parte de dos sujetos, sujeto y sujeta, que de seguir así en su vida conyugal les auguro una convivencia inviable y hazme caso, que en esto he echado una especie de facultad de adivino y pareja a la que le hago el reportaje, pareja cuyo porvenir diagnostico, conclusiones que no comparto naturalmente con ellos, a los que me une una relación puramente contractual, ni con nadie, salvo contigo por razones obvias, y ya sabes que andar de confidencias no es mi estilo.

A ver… que no he hecho nada, que no es para que se fueran tan airados, para que se mostraran tan dolidos. ¡Yo, yo debería denunciarles a ellos por daños morales! Y vuelvo a lo de antes. ¡Que yo no he dicho nada que no les haya dicho a otros! ¿Y qué es una leve, levísima mueca, un mini pasito hacia atrás tras horas de “donde dije digo”? No pueden, no podrán acusarme de algo que no he hecho. No pueden ni podrán acusarme de que no los haya tratado igual de bien que al resto de clientes. ¡Venga! ¡Que vayan y les pregunten a todas las parejas a las que he fotografiado en sus bodas! Que si tienen dificultad de arrancarles testimonios tal vez sea por estar ya divorciados y no querer mentar la boda por traerles malos recuerdos, pero no por mi falta de profesionalidad, incuestionable, con una trayectoria intachable de más de 30 años.

“¡A ver, señor, señora!”, les diré si entran de nuevo por esa puerta, “¡que yo solo soy un fotógrafo, que yo solo hago fotos como mi tío el churrero hace churros, es decir, a porrillo!”, aunque, bueno, mi tío en su oficio disfruta más que yo con el mío, aunque pareciese de inicio lo contrario. Me lo ha dicho, y ni falta que le hacía, que es palmario que le echa ganas y que gasta arte con los palos que mueve con gracia para ordenar la masa que va cayendo al aceite e ir haciendo la rosca. Naturalmente esto de mi tío el churrero no se lo diré, aunque es verdad verdadera, porque parecería que yo no me esmero y eso no es así, que me esfuerzo pese a lo mucho que me aburre vivir en un bucle permanente, atrapado en reportajes repetitivos por mucho que los venda como productos de una singular originalidad. Clics, tarjetas de memoria, objetivos, flashes. Presupuestos, copias adicionales, facturación total. Y vuelta a empezar. Disfraces, posados, anillos. ¡Anillos y churros! ¡Sí, eso es lo que veo! Ruedas de tejeringos y anillos, los malditos anillos en las manos malditas de ese par de endemoniados que, además, de malos, tienen mal gusto al pretender colocar un lienzo gigantesco de la puesta de anillos en el recibidor de su piso de ochenta metros cuadrados y techos bajos. ¡No, de ningún modo mi firma puede ir ahí! Sería el hazmerreír del gremio. “¿Has visto lo último de este?”, diría uno. “¡Ya no sabe qué inventar para dar el campanazo!”, opinaría otro, “¡Menuda patochá!”, añadirían, ¡y con más razón que un santo! ¡Es que no hay por dónde pillarlo! Un disparate lo mires por donde lo mires. Y además ¡para lo que van a durar juntos! Hazme caso, que en esto he echado una especie de facultad de adivino.

¿Que parece que vienen? ¡Que entren, que no hay miedo! Sabré qué decirles. Que para bucles, el mío, en el que me encuentro por mucho que quiera perderlo de vista. Que paciencia tengo para dar y regalar y de prudencia voy también sobrado. Les diré ni más ni menos que lo que les digo a todos: “Que yo les saco las impresiones que me digan en el formato y soporte que crean conveniente, que ahí tienen la lista de precios de las copias de más al margen de lo acordado ya por el reportaje y que aquí paz y después gloria”. Bueno, esto último no lo suelo decir, lo he añadido ahora que te lo estoy contando. Y, sin quererlo, de nuevo me veo en esta rueda redonda como la de los tejeringos de mi tío, como redondos son los anillos de estos chalaos que me han vuelto loco.

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