Todavía no logro entender por qué se han puesto como se han puesto. ¡Qué
querían que les dijese! Pues lo que les he dicho, que es ni más ni menos que lo
que les digo a todos: “Que yo les saco las impresiones que me digan en el
formato y soporte que crean conveniente, que ahí tienen la lista de precios de
las copias de más al margen de lo acordado ya por el reportaje y que aquí paz y
después gloria”. Bueno, esto último, lo de “aquí paz y después gloria” no se lo
he dicho, no creo, creo que lo he añadido ahora que te lo estoy contando. En
serio que les he dicho exactamente eso. Te prometo que por mi boca no ha salido
nada más hasta mi “¡ehhhh!” que ha seguido al portazo que han dado al irse y
que ha hecho retumbar el expositor, dando casi al traste con la colección
completa de portarretratos de cristal.
Por más que lo pienso es que no me cabe en la cabeza su reacción, pero ¡qué
me puede caber más en mi pobre cabeza, que me la han puesto como un bombo, que
estoy que echo chispas! Desde que entraron aquel día en mi portalito con esas
caras redondas, con esas sonrisas petrificadas, tan iguales ambas dos que más
que prometidos parecían gemelos, no me han dado más que berrinches. Eran la
duda andante. Dudaban continuamente de todo y por todo y, claro, normal que yo,
a estas alturas, acabe dudando hasta de mi nombre. Porque me conoces, porque te
conozco, que si no… al loquero derecho.
Mira que he tratado con parejas de novios indecisas. Y estrictas y
exhibicionistas y pudorosas, tiquismiquis, pasionales, frías, descerebradas...
toda la fauna que te puedas imaginar, de todo carácter, posibles y condición.
He hecho reportajes subido a aeroplano, a globo aerostático, haciendo
submarinismo o en platós de televisión, por ponerte algunos ejemplos así
rarillos. Paciencia tengo para dar y regalar y de prudencia voy también
sobrado. Pero la habilidad de este par para volverme tarumba se ha visto hoy
condecorada con el cum laude. Después de estar toda la santa mañana con ellos,
solo con ellos, con lo que eso ha supuesto, que he tenido que cerrar la tienda
por estar mi ayudante de baja y no tener a nadie que me cubriera entretanto en
el mostrador. Después de anotar y desapuntar a igual ritmo tales y cuales
copias, de haber decidido y rectificado veinte veces las ampliaciones, resulta
que me dicen que no están seguros, bueno, en realidad sí estaban seguros, pero
yo ya les había disuadido de la idea, de manera que retorcidamente querían
hacerme decir lo que yo, por mi criterio profesional en ningún caso podía
acabar diciendo, para que, cuando se consumase el desastre, descargasen en mí
la responsabilidad del fiasco y no sobre sus divinas voluntades. Ellos insistían
“en dejarse asesorar”. Venga y venga con la matraca de que si yo era el experto
en la materia y tenía que decidir. “¡Que yo soy un mandao, señora!”, volvía
a aclararle. “¡Que yo estoy a lo que usted diga!”, le repetía al novio. ¿Tenía
que decir yo lo cualo? Ellos, dale que dale que dale, toma que toma que
toma, que tengo una novia que vale más que la fuente de Roma. Y entonces, a la
enésima vez que escuchaba su propuesta - ¿a quién se le ocurre? - de imprimir
en lienzo de gran formato la imagen de la puesta de anillos, no he podido
evitar abrir los ojos un poquito más de la cuenta, apretar los labios una
chispa, - ¡nada y menos, no te vayas a creer! - y echarme levemente hacia atrás
como para coger un poco de aire. Era lo mínimo que podía hacer. Era…
entiéndeme… Yo, yo estaba siendo sometido a una especie de tortura psicológica
por parte de dos sujetos, sujeto y sujeta, que de seguir así en su vida
conyugal les auguro una convivencia inviable y hazme caso, que en esto he
echado una especie de facultad de adivino y pareja a la que le hago el
reportaje, pareja cuyo porvenir diagnostico, conclusiones que no comparto
naturalmente con ellos, a los que me une una relación puramente contractual, ni
con nadie, salvo contigo por razones obvias, y ya sabes que andar de confidencias
no es mi estilo.
A ver… que no he hecho nada, que no es para que se fueran tan airados, para
que se mostraran tan dolidos. ¡Yo, yo debería denunciarles a ellos por daños
morales! Y vuelvo a lo de antes. ¡Que yo no he dicho nada que no les haya dicho
a otros! ¿Y qué es una leve, levísima mueca, un mini pasito hacia atrás tras
horas de “donde dije digo”? No pueden, no podrán acusarme de algo que no he
hecho. No pueden ni podrán acusarme de que no los haya tratado igual de bien
que al resto de clientes. ¡Venga! ¡Que vayan y les pregunten a todas las
parejas a las que he fotografiado en sus bodas! Que si tienen dificultad de arrancarles
testimonios tal vez sea por estar ya divorciados y no querer mentar la boda por
traerles malos recuerdos, pero no por mi falta de profesionalidad,
incuestionable, con una trayectoria intachable de más de 30 años.
“¡A ver, señor, señora!”, les diré si entran de nuevo por esa puerta, “¡que
yo solo soy un fotógrafo, que yo solo hago fotos como mi tío el churrero hace churros,
es decir, a porrillo!”, aunque, bueno, mi tío en su oficio disfruta más que yo
con el mío, aunque pareciese de inicio lo contrario. Me lo ha dicho, y ni falta
que le hacía, que es palmario que le echa ganas y que gasta arte con los palos
que mueve con gracia para ordenar la masa que va cayendo al aceite e ir haciendo
la rosca. Naturalmente esto de mi tío el churrero no se lo diré, aunque es
verdad verdadera, porque parecería que yo no me esmero y eso no es así, que me
esfuerzo pese a lo mucho que me aburre vivir en un bucle permanente, atrapado en
reportajes repetitivos por mucho que los venda como productos de una singular
originalidad. Clics, tarjetas de memoria, objetivos, flashes. Presupuestos,
copias adicionales, facturación total. Y vuelta a empezar. Disfraces, posados,
anillos. ¡Anillos y churros! ¡Sí, eso es lo que veo! Ruedas de tejeringos y anillos,
los malditos anillos en las manos malditas de ese par de endemoniados que,
además, de malos, tienen mal gusto al pretender colocar un lienzo gigantesco de
la puesta de anillos en el recibidor de su piso de ochenta metros cuadrados y
techos bajos. ¡No, de ningún modo mi firma puede ir ahí! Sería el hazmerreír
del gremio. “¿Has visto lo último de este?”, diría uno. “¡Ya no sabe qué
inventar para dar el campanazo!”, opinaría otro, “¡Menuda patochá!”,
añadirían, ¡y con más razón que un santo! ¡Es que no hay por dónde pillarlo! Un
disparate lo mires por donde lo mires. Y además ¡para lo que van a durar
juntos! Hazme caso, que en esto he echado una especie de facultad de adivino.
¿Que parece que vienen? ¡Que entren, que no hay miedo! Sabré qué decirles.
Que para bucles, el mío, en el que me encuentro por mucho que quiera perderlo
de vista. Que paciencia tengo para dar y regalar y de prudencia voy también
sobrado. Les diré ni más ni menos que lo que les digo a todos: “Que yo les saco
las impresiones que me digan en el formato y soporte que crean conveniente, que
ahí tienen la lista de precios de las copias de más al margen de lo acordado ya
por el reportaje y que aquí paz y después gloria”. Bueno, esto último no lo
suelo decir, lo he añadido ahora que te lo estoy contando. Y, sin quererlo, de
nuevo me veo en esta rueda redonda como la de los tejeringos de mi tío, como
redondos son los anillos de estos chalaos que me han vuelto loco.
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