Escribo el poema
adentrándome en la bruma,
obviar el vaho no ayuda a
nada.
Oteo, sujeto el aliento,
con vasto escalofrío
ahondo en la niebla más insondable.
Vientre opaco, miro y no
veo, intuyo.
No estoy sola, palpo su
invisible presencia,
soy un ovillo de raíces
en búsqueda de árboles,
aves, piedras, tierra,
agua,
y del tímido sol que se
turba en la fosca.
Todo es un hallazgo de
vida y muerte,
todo pasa y todo queda.
Se van cayendo las
palabras del poema,
gravitan, pesan, se
silencian.
Tal vez estaría bien que
en este vacío,
mi pensamiento
vislumbrase el labio de tu boca,
y sin tinta cruda,
palpitando en el ensueño,
yo te pudiese besar.
Digo que este poema,
se está abriendo letra
por letra
al amor y desamor
disperso en la misma niebla.
Hace frío, un frío que no
marchita el latido.
Chispea, estoy dibujando
la hoja sin rama,
que ilumina un atardecer
cualquiera.
Mi verso es suyo.
Y cuando eso sucede, la
existencia es divina.
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