viernes, 29 de abril de 2022

MANCOMUNIDAD, por Gloria Acosta.

 



La señorita despampanante del primero B que trabaja de cocinera en el bar de enfrente está orgullosa de su gato persa. Mucho le costó quedárselo tras el divorcio. El egoísta de su marido tan solo lo reclama para hacerla rabiar. Cada mañana vigila por la mirilla para no coincidir con la vecina del primero A cuando saca a pasear a su ridículo chihuahua. Dice estar segura de que la vieja odia a su gato y la espía para coincidir en el rellano y mostrar la superioridad de su raquítico chucho. Se lamenta del desafecto de sus vecinos desde que llegó al edificio. La viuda jubilada del primero A está harta de que el gato de la vecina revuelva en las bolsas de basura que deja fuera del piso. Nadie tiene derecho a reclamarle por ello. Qué culpa tiene de que el ascensor esté roto y deba bajarlas de a poco. No tiene fuerzas para llevarlas de una vez y de paso sujetar al perro que tira de la correa. Está claro que el señor melifluo del segundo A bebe los vientos por la inquilina del primero B. Se le nota en los ojos cuando la nombra. Si no ¿por qué comer a diario en el bar donde ella trabaja? Solo pierde su impostada mesura cuando habla del gato de su adorada. Las alergias son involuntarias y difíciles de solucionar. Está claro que es un impedimento añadido al lastre de su hija que no ve con buenos ojos el de su padre. ¡Ay las herencias! Los hijos del matrimonio del tercero A son inaguantables además de maleducados. Se advierte la ausencia de la madre. Limpiar escaleras por el barrio deja poco tiempo libre y mucho cansancio para lidiar con dos adolescentes diabólicos. Poco puede hacer un padre en paro entretenido con las flores de la vecina del tercero B. ¿Qué podrían importarle las travesuras de unos niños para con un gato? También él lo hacía de pequeño. A la dicharachera señora del tercero B solo le interesan sus plantas. Su rellano es el mejor del edificio, y a su vecino del tercero A no le molestan las macetas. Es más, le hace gracia que le pregunte a diario por abonos y riegos. No es tonta y se da cuenta de sus intenciones. Pero con algo se tendrá que entretener los meses que su marido está navegando. Si algo la mortifica es que el gato del primero escarbe en la tierra, aunque sea un animalito tan mono. El comisario agradece que la mitad del edificio esté desocupado mientras repasa las sucintas notas de sus pesquisas. Estos casos de poca monta le ponen de mal humor. Los anónimos que durante meses ha recibido en su buzón la vecina del primero B le causan irrisión a la vez que satisfacen su debilidad voyerista. «Acabaré con tu aristogato», «apártalo de mi entrada », «¿tu gato tiene siete vidas?», «deshazte de él o lo haré yo». Siempre las mismas, semana tras semana, distinta letra, distinto papel. ¿Cómo aplicar el artículo 337 sin testigos ni cámaras ? Ahora, consumado el hecho, lee mientras observa de soslayo a la bella doliente: «perdóname, no tuve otra opción», «este solo tenía una vida», «a enterrarlo a Persia», «ahora que escarbe en el cielo de los gatos». Al comisario solo le cabe una conclusión: envenenamiento múltiple mancomunado por azar»

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