domingo, 27 de febrero de 2022

HABLANDO DE LETRAS CON SANTIAGO A. LÓPEZ NAVIA

 

  SANTIAGO ALFONSO LÓPEZ NAVIA (Madrid, 1961) es licenciado y doctor en Filología por la Universidad Complutense de Madrid y en Ciencias de la Educación por la UNED. Es profesor titular en la Universidad Internacional de La Rioja, en la que es vicedecano de Investigación de la Facultad de Educación. Es titular de la Cátedra de Estudios Humanísticos Felipe Segovia Martínez de la Universidad SEK de Santiago de Chile (por la que fue investido doctor honoris causa en 2009) y asesor del Consejo de Dirección de Trinity College Group.

 Sus principales líneas de investigación son el cervantismo y la retórica, a las que ha dedicado numerosas publicaciones académicas. Compagina la docencia y la investigación con la creación literaria y su tarea de editor como miembro del comité editorial de La Discreta.

 Es autor de once libros de poesía y un libro de relatos. Pertenece al grupo Paréntesis desde su fundación y ha ofrecido recitales poéticos en numerosos países (Chile, República Dominicana, Francia, Israel, Bulgaria y Puerto Rico). Su obra ha sido difundida en revistas y publicaciones colectivas, recreada por cantautores y grupos musicales y premiada en numerosos certámenes nacionales e internacionales. Sus poemas han sido traducidos al hebreo, al francés, al búlgaro y al árabe.


·        ¿Cómo fue su aproximación al mundo de la literatura? ¿Cuándo comenzó a escribir?

   Mis primeros textos surgen a partir de mis lecturas infantiles (sobre todo los tebeos), que me proporcionaron un estímulo para reproducir y ampliar los temas que más me interesaban mediante la imitación y la recreación. Luego están las experiencias –sobre todo las dolorosas– que se sufren con especial intensidad en los últimos años de la infancia y en la primera adolescencia. Empecé a escribir muy pronto, especialmente pequeños relatos y poemas que me permitían plantear mis inquietudes y mis sentimientos de niño y me ayudaban a entenderme y a construirme como persona.

 

·        Usted es un reconocido cervantista. Siendo la obra de Cervantes una de sus principales líneas de investigación, ¿cree que don Miguel de Cervantes Saavedra, cuando escribió el Quijote, en algún momento fue consciente de la trascendencia que tendría esta obra?

   Agradezco mucho esa amable consideración. En cuanto a la pregunta, creo que Cervantes empezó a tener especial consciencia del alcance del Quijote y la importancia que tenía para él como autor en el momento en el que tuvo que afrontar la intrusión que supuso la continuación de Avellaneda. Este auténtico ejercicio de reivindicación de la propiedad intelectual frente al apócrifo se manifiesta muy claramente a lo largo de la segunda parte de la novela. En todo caso, la obra en la que Cervantes concentró sus mayores expectativas fue el Persiles, su novela póstuma, en cuyo prólogo, por cierto, y ya muy cerca de la muerte, parece empezar a ser consciente de su fama como autor.

 

·        ¿Está, según su opinión, la España de Cervantes muy distante de la España de nuestros días?

     En muchos aspectos la distancia es muy clara, dicho en el buen sentido, y no es necesario desplegar argumentos muy elaborados para explicarlo, pero la oportunidad de esta pregunta me parece evidente desde el momento en que aún tenemos mucho que avanzar en la construcción de una identidad nacional basada precisamente en uno de nuestros rasgos propios más definidos: la riqueza de culturas propia de un país plural y la tolerancia necesaria para amar esa pluralidad, que siempre, a lo largo de los siglos y en todo el mundo, ha venido de la mano del encuentro con el otro e incluso del mestizaje, y en esto la historia de nuestro país es un ejemplo. Esa misma España en la que los moriscos –a quienes Cervantes dio voz en el capítulo II, 54 del Quijote, encarnados en ese Ricote que reconocía que “doquiera que estamos lloramos por España– fueron expulsados entre 1609 y 1613 parece seguir siendo incapaz de entender y aceptar la esencia histórica de su diversidad.

 

·        La retórica es el arte de discurso, hablado o escrito ¿Por qué a algunas personas nos cuesta más expresarnos oralmente que por escrito y viceversa?

      A la luz de mi experiencia, la causa está en un sistema educativo en el que ha primado la reflexión metalingüística sobre la dimensión más práctica de la competencia comunicativa. Hemos enseñado a nuestros alumnos a reconocer, por ejemplo, las diferentes palabras que se adscriben a la categoría gramatical de los determinantes o a analizar sintácticamente las oraciones subordinadas adverbiales (conocimientos ambos, para que no haya la menor duda, que me parecen de todo punto imprescindibles), pero hasta ahora nos hemos desentendido, salvo alguna excepción muy valiosa, de su educación retórica, especialmente en el ámbito de la oralidad, y de ahí se desprenden, entre otras, dos consecuencias muy adversas: la falta de solvencia (en general) en la comunicación oral de nuestros profesionales de todo tipo y el enorme daño que ha hecho la autoayuda a la hora de intentar satisfacer las necesidades que no ha cuidado el sistema educativo. Aún hay quien defiende a estas alturas que cualquiera puede hablar mejor teniendo en cuenta que “el orador nace y no se hace” y que la simpatía natural y el desparpajo son tan valiosos como la técnica, el esfuerzo y la disciplina. Sin dejar de reconocer algunas honrosas excepciones, basta con asomarse a la pericia retórica común en nuestros políticos para entender lo que digo.


·        El título de su antología poética, Vivir es llegar tarde a todas partes, es un verso de uno de los poemas que la integran ¿Qué hay de cierto en esa sentencia?

 No puedo contestar a la pregunta suscribiendo el valor universal de ese verso. Me conformo con hacer ver que esa afirmación, totalmente personal, nace de muchos años de crecimiento, renuncias y pérdidas a lo largo de los cuales he constatado que nuestra vida es un ejercicio casi permanente de impuntualidad a la hora de cuidar las cosas y las personas que de verdad importan, esas cuyo valor se nos revela dolorosamente cuando no las alcanzamos o las perdemos por nuestra falta de celo por conseguirlas o por conservarlas.

 Otro tanto hay que decir sobre lo que nos trasciende como personas. En este sentido hay tres muestras de impuntualidad (digámoslo así) que me preocupan especialmente a tiempo de firmar esta entrevista. El primero tiene que ver con el estado de crispación que parece haberse enquistado en la España de nuestros días. El segundo se refiere a la frágil situación que afecta a la paz internacional por el conflicto que enfrenta a Rusia con una buena parte de los países de Occidente. El tercero se relaciona directamente con el deterioro irresponsable de nuestro planeta, y lo dice quien sigue asombrándose ante algo tan aparentemente simple como un grifo del que sale agua corriente y potable (y no somos conscientes del privilegio que supone llenar nuestras cisternas con la misma agua que bebemos) o como un interruptor de la luz. O sincronizamos nuestros relojes con la concordia, la paz y la Naturaleza o llegará un momento en el que ni siquiera llegaremos tarde; simplemente no llegaremos. La amenaza no está en llegar tarde al final del camino, sino en que el camino se cierre y ni siquiera podamos recorrerlo.

 

·        Según su criterio, ¿las humanidades gozan de buena salud en nuestro sistema educativo?

    Lamentablemente las humanidades viven batiéndose en retirada en nuestro sistema educativo desde hace años como consecuencia de un planteamiento utilitarista desafortunado donde los haya, y ya estamos pagando muy seriamente las consecuencias con el evidente decrecimiento de la sensibilidad, la cultura general, la calidad moral, la elevación espiritual y la ambición intelectual que estimulan las disciplinas humanísticas. No creo que sea posible –que sea fácil cuando menos– construir una sociedad inteligente, tolerante, plural y democrática sin el estudio de la literatura, las lenguas clásicas, la historia, la filosofía y el arte en todas sus manifestaciones, y sin el conocimiento modélico y ejemplar de sus principales representantes, y aquí cumple hacer un ejercicio de reconocimiento de lo mucho que han aportado las mujeres, injustamente postergadas en muchos casos. Lo que tengo meridianamente claro es que una sociedad sin humanidades camina aún más deprisa hacia la barbarie.

       Por lo que respecta a la literatura hispánica, y por aportar tan solo un único ejemplo, su estudio ha quedado reducido hasta el punto de que en el currículum propio de cualquiera de las lenguas oficiales del Estado ya no se dedica ni un tema de conjunto a las otras literaturas españolas (especialmente la catalana, la gallega y la vasca). El resultado es esa “España literariamente invertebrada” a la que, parafraseando a Ortega, me he referido en alguna ocasión, y sobre todo, y esto es más preocupante, el desinterés, cuando no el desprecio, por una muestra tan rica de nuestra diversidad identitaria como es la creación literaria en nuestras diferentes lenguas. Y por lo que respecta al estudio del latín y el griego, no tengo la menor excusa para resignarme a la etiqueta falaz de “lenguas muertas” que pesa sobre ellas, como si la lengua española no viviese en el latín del que ha evolucionado. Es como si considerásemos que la suma con llevadas o la multiplicación con decimales son un “conocimiento aritmético muerto” ante el avance de la matemática computacional o la física cuántica.

       Yo, que no soy nada sospechoso de ser pesimista, tiendo a pensar con más frecuencia de la que quisiera que formo parte de la penúltima generación de humanistas puros de este país, y no sé si dentro de un siglo habrá quien celebre un quinto centenario de la publicación del Quijote. Ojalá entonces alguien pueda citar estas palabras para demostrar que me equivoco. Lo deseo de verdad.

·       

     Su poesía está impregnada de reflexiones filosóficas, profundidad y nostalgia ¿Es el discurso poético mejor vehículo para la reflexión que el narrativo?

   No necesariamente. La narrativa es un género literario tan adecuado para la reflexión como la poesía, y esta puede ser un espacio ficcional como lo es la novela. Una cosa son los géneros y otra la calidad del lenguaje poético que los impregna. Yo, que he cultivado en alguna ocasión el cuento, he elegido la poesía como vehículo preferente de expresión de mi sentimiento, pero con ella he intentado construir también historias ficticias que trascienden con mucho los límites de mi vida personal. 

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