sábado, 29 de enero de 2022

TUS OJOS, MIS OJOS, por Mercedes García Poyatos.

 


Ya estaba bien entrada la mañana cuando despertó. Se había quedado dormida al alba después de pasar gran parte de la noche en vela.
Notó un calor agradable en las piernas; el sol que entraba por la ventana daba justo en
esa parte de la cama y que, junto a la escasa claridad que podía percibir, era la mejor forma de saber si amanecía un buen día o por el contrario la noche o las nubes estaban presentes.
Tras desperezarse empezó a arreglarse. Cogió la ropa de la silla cercana y con sus manos fue tanteando las etiquetas y las costuras, aunque tampoco pasaría nada si se ponía alguna prenda del revés. Gracias a que vivió de niña en una cueva había aprendido a vestirse a oscuras para no molestar a los otros; nunca imaginó que tal aprendizaje pudiera serle útil años después.
Ni siquiera tenía que contar ya los pasos para llegar a esta o aquella habitación. Su mente había elaborado los planos de
la casa con exactitud y no tropezaba con nada, salvo que alguien moviera el mobiliario
de su lugar habitual, entonces el dedo meñique de su pie la avisaba del descuido.
En la cocina se preparó el desayuno: un vaso de leche fría y unas cuantas galletas. Sin complicación.
No se atrevía con comidas más elaboradas por miedo a causar alguna catástrofe, pero
el microondas le hacia el apaño y a veces, cuando el esposo llegaba al mediodía, se encontraba en la mesa un plato de pasta, arroz blanco, pescado cocido o algo recalentado. Aunque no estuviera perfecto e incluso intragable, él jamás ponía una pega.
Tampoco le impedía que ayudara a quitar la mesa o fregar los platos. Con tal que ella no
se sintiera totalmente inútil daba por bien empleado volver a fregarlos.
Por las tardes se sentaban a la fresca y le pedía que le describiera el cielo, las nubes...
-¿Te acuerdas de aquella tarde que fuimos a ver la puesta de sol en Nerja? Pues
igual, pero sin mar.

Sigue - Le decía mientras buscaba sus manos para apretarlas entre las suyas.

La línea del horizonte es amarillenta y se va volviendo naranja más a lo alto. Hay unas nubes alargadas de color violeta que revolotean formando dibujos imprecisos, difuminados. Ahora mismo un buen puñado de estorninos vuelan por encima de nosotros; irán a buscar refugio para la noche.

Los oigo.

Otras veces ella se anticipaba.

Huelo a tierra mojada, llueve cerca. Seguro que se acerca una tormenta.
Y un trueno sonaba lejano para confirmar que no se equivocaba.
Tomó esa costumbre de coger las manos a todos, decía que así notaba su estado de ánimo sin correr el riesgo de que la engañaran.

"Tienes las manos frías y te late el corazón rápido. ¿Qué pasa por esa cabecita?”
o "Te sudan las manos ¿Qué te preocupa?”
Esto era lo poco que le quedaba para seguir sintiendo pues cuando perdió la vista también se fue parte de su alma.

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