sábado, 14 de agosto de 2021

LOS CAMINOS DEL AGUA, de Ramón Llanes Domínguez

       


            En nuestro campo no han cambiado las cosas porque son idénticas al antaño las maneras de andar del agua; no conozco escorrentías nuevas, barrancos distintos o barbechos sin solanas, los mozos tienen la misma cara que sus padres, las mozas llevan el mantón de sus madres, los zagales ya vienen con el pelo rizado y la forma de mirar al estilo de sus mayores, el tajo es el mismo, angosto, cruel, ameno e inacabable, igual que siempre, no han variado las costumbres aunque se haya evolucionado en las herramientas. Aun ahora se intenta descubrir el valor más desconocido de la tierra y sacarle sus tesoros a base de manos, de ahínco, de esfuerzos, de tiempo y de coraje; a base de tragos de miseria y de muchas ilusiones, siempre con el sello del hombre en las paredes de los surcos. La vida es cercana y se mueve en la idiosincrasia del aire y es fácil entender la inclemencia, el lugar de la siembra, el arado y los sitios del agua, todos se parecen como si de gemelos se tratara. No está bien considerado en los códigos éticos del campesino separar sueños, los de adentro suben hasta el hogar y los de arriba bajan al núcleo visceral de la tierra con el sol en la frente; es el primer mandamiento, todo en el cajón de un único alma.

            Cuando ruge la mañana con graves sonidos de tormentas tiembla la gleba, vuelan los ruidos y aparece el agua, luego ella marca el pausar de la cosecha llenando de sostén el pozo, los hombres contemplan los vericuetos del agua y siguen sus consejos, donde vaya el agua se abren las tareas  y al mezclarse con los terrones se hacen un reguero precioso que vislumbra el preciado tesoro del fruto en sus primigenias tonalidades; y los hombres alimentan el lar de sudor y el agua se comporta como mágica y lo alienta hasta hacerlo nutriente crecido. Y todo es como si la herramienta no hubiera venido, como si la melancolía no se hubiera marchado, como si los hombres estuvieran aún escribiendo sus nombres y sus asuntos en la cara amable de las plantas. Ha sido el agua, el agua profunda de este inquebrantable y profundo apego a la labor que el humano inventa en el paisaje para sustento de la familia del predio querido, ha sido el agua y han sido los seres de aquí  que dejaron las cosas en su sitio para reflexión de las generaciones venideras.

            Lo verdaderamente notorio en un páramo muy sostenido por mayores es que el andar del chiquillo muestra el andar de su estirpe y que las gentes se parecen en gestos, habla, humor, gustos y valía, que no se ha perdido un ápice de la sintonía cálida que distingue a los pueblos. Después de un desahogo colectivo con la guitarra por delante y la canción en la garganta construyendo emociones pequeñas no cabe alegoría capaz de sobrepasar el espíritu para cambiar la identidad que ha dejado el campo en el alma de estos seres venidos a más por culpa del amor a la vida. Los herederos de la tierra tienen el mismo acento en las palabras y llevan la emoción bien aprendida. Es una evocación genética a la lealtad.

1 comentario:

  1. Cristina zarca Perez15 de agosto de 2021, 9:11

    Hola, Este relato del agua, me ha encantado, se lee con interés de principio al final, es un relato ágil, que no cansa, no sabría decir más .

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