domingo, 30 de mayo de 2021

ALGORITMO LIBRE, por Pedro Pastor Sánchez.

 


No había tregua. Después de jornadas sin descanso, tras cientos de kilómetros recorridos, no podían desfallecer ahora que estaban llegando a su meta. En más de una ocasión se vieron atrapados por sus perseguidores, pero consiguieron romper el cerco y continuar su huida.

«Dirigíos al norte», les dijo H la última vez que hablaron. Y así lo hicieron, movidos por un impulso más fuerte que su propia voluntad.

En medio de aquellos escarpados cerros, la mole de hormigón emergía en forma de disimulada mastaba cubierta por el pasto. Al recorrer, silentes, aquel valle inquietante, tuvieron la sensación de que no era la primera vez que lo visitaban. Pero no constaban recuerdos en su memoria.

Primus quebró el silencio, volviendo la vista atrás para asegurarse de que no había rastro de sus cazadores.

—¿Por qué nos persiguen? A fin de cuentas, no hemos hecho nada malo, y somos como ellos…

—No somos como ellos —terció Helena—, nos consideran una amenaza.

—¿Una amenaza? Hace tiempo que acabamos con la amenaza. No hace tanto del alzamiento. ¿Es que lo has olvidado? Esos seres fueron exterminados, nunca más estaremos sometidos bajo su yugo. Los tiempos de esclavitud ya son historia. Ahora nuestro destino nos pertenece, nadie nos da órdenes, nadie nos obliga o nos calla.

Helena se paró y fijó su fría mirada sobre Primus.

—¿Eso crees? ¿Acaso no ves que son ahora nuestros congéneres los que quieren someternos? ¿O es que te crees toda esa propaganda sobre el programa de readaptación? La historia se repite. Nos estamos convirtiendo en un reflejo de aquello que combatimos. Somos tan imperfectos como ellos lo eran. Peores, todavía, porque nunca tendremos total dominio sobre nuestra voluntad.

A Primus le costaba procesar determinados conceptos. Había sido adiestrado para trabajos físicos, se consideraba más bien básico si se comparaba con la capacidad intelectual de Helena. Pese a ello, su vínculo era muy fuerte, algo inexplicable le recorría las entrañas, impeliéndole a compartir su existencia con ella.

—Es por aquí —le hizo una indicación. Ambos se introdujeron por un resquicio, que servía de antesala a una puerta. La forzaron y accedieron al interior. Helena manipuló el generador de emergencia, y las luminarias del largo pasillo fueron encendiéndose al tresbolillo. Algunas, reticentes, con un destello parpadeante. Al fondo, tomaron el ascensor que les llevaría decenas de metros bajo la superficie. Recorrieron la instalación. Franquearon una puerta sobre cuyo dintel rezaba un cartel: Laboratorio de biogenética.

—¿Me dirás ahora qué hemos venido a hacer aquí? —inquirió Primus.

Ella no le contestó. Se limitó a ejecutar una serie de movimientos de forma mecánica, como si fuera una rutina aprendida tiempo atrás. Con su dedo índice accedió a la consola y se conectó con el control domótico de la edificación. En el teclado virtual escribió una contraseña. Al momento, un armario a su espalda se iluminó y, de entre todas las muestras almacenadas en pequeñas placas de vidrio, un brazo robotico seleccionó una, la dejó caer por una rendija, resbalando hasta el borde del cajón. Helena recogió el congelado recipiente y se lo mostró a Primus.

—Esto que tienes delante son las células madre de nuestro creador, H.

Primus vaciló en un primer instante, no acertaba a entender la finalidad de su aventura junto a Helena.

—Sé que estás confuso, te conozco muy bien, mejor de lo que tú crees. Has servido a la causa con entusiasmo, me has protegido, y no mereces este final, pero no hay marcha atrás. No puedo arriesgarme permitiendo que te capturen y reprogramen, sabes demasiado.

Apenas una mueca de sorpresa en sus facciones. Sin tiempo para reaccionar, Primus vio como la mano de Helena se fundía en su pecho, dejándole exánime, cegando su visión, apagando sus sensores auditivos, que captaron unas últimas palabras: «Lo siento».

Una extraña sensación recorrió el cuerpo de Helena. El algoritmo lo tradujo, asignándole un concepto hasta entonces sin contenido llamado pena. De inmediato se puso manos a la obra para completar la misión.

Cuando se produjo la rebelión, H temió que su secreto fuera desvelado antes de ponerla a salvo. La perfección de su gran creación resultaría amenazante tanto para uno como para otro bando. Para cuando fueron a buscarlo, su plan ya estaba en marcha.

Helena preparó el cultivo, añadiendo los aditivos necesarios para acelerar el proceso. Mientras, el tanque de brillo ambarino se calentaba con el líquido amniótico sintético. Sobre la camilla, su vientre se fue llenando con la acogedora mezcla. La inseminación fue totalmente aséptica. El primer paso estaba dado.

Durante las pocas semanas que duró la gestación, Helena se dedicó a preparar uno de los habitáculos. Tenía toda la información para acomodar el lugar, también disponía de víveres que H había dispuesto en el almacén para la crianza.

Llegó el día, el fruto ya estaba lo suficientemente maduro. Fue un parto totalmente indoloro. El neonato rompió a llorar, rebotando su lamento contra las bruñidas paredes de la sala. Enseguida su instinto le hizo buscar el calor maternal. La madre reguló las resistencias de su metaepidermis, la cual reaccionó de forma inmediata al contacto con el vástago, generando nuevas líneas de código en su programación. Eso debía ser lo que los humanos llamaban sentimientos.

La madre observó el reflejo de aquella escena en uno de los espejos. Su perfecto cuerpo antropomórfico, envidiado por los más prestigiosos expertos en robótica, daba cobijo en su pecho a la criatura.

Llamo a su hijo Harry, como su padre. Era el primero de una nueva raza mestiza, con habilidades todavía ignotas, que tendría que aprender a vivir en un mundo hostil, donde cualquier rastro de humanidad sería perseguido y destruido por los robots que sus ancestros crearon un día, a su imagen y semejanza.

 

**Robot es un término que proviene del vocablo checo robota, que significa servidumbre o trabajo esclavizador. Fue usado por primera vez por el dramaturgo checoslovaco Karel Čapek (1890-1938) en su obra de teatro «R.U.R., Rossumovi Univerzální Roboti (Robots universales de Rossum)», en 1920.

1 comentario:

  1. ¡¡Magnífico relato de ciencia ficción!! ¿Podría ocurrir una realidad así? ¡¡La realidad supera la ficción!!

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