Me sostuve junto al tilo, rodeé la piel rugosa anhelando su roce, atenta fijé la mirada en la belleza primitiva del jardín. Aquel lugar perduraba en la memoria de otras vidas, susurraban idilios en piedras que el agua había descarnado, y un tapiz de hojarasca cubría cada milímetro de lo que fue. Con cautela caminé los espacios atenta a los años y cambios infligidos, adentrarme en la boscosa umbría del fondo, atrajo los días en que dejaron de estar. Aquello ocurrió hace tanto, que a veces dudo que aquel esplendor fuese tal, el subconsciente haciendo de las suyas, pensé. El todo se sostenía de una opaca y sutil atmósfera, apenas el sol se adentraba entre las ramas de la espesura, la inmensa jungla reflejaba en el cristal la duplicidad regalada del instinto, la supervivencia de las hojas obtenían la atención deseada durante lunas. Gire el gesto sobre los pequeños muros petrificados, que arrastran el musgo hacia un tapiz cubierto de capas y capas de urdimbre aún por descifrar, mantuve los pies levitados por temor a desterrar una milésima de esa paz sostenida de sueños engalanados de forja, mientras la balconada advierte de una pequeña pérgola cubriendo el portal, y antes de dar el último paso, de indagar en sus estancias, un sentimiento de permanencia devuelve la conciencia olvidada...
Rastro
Retienen las pisadas lo que fuimos,
escabrosa cima de piedras despavoridas
sujetando abismos de campos tendidos,
alientos desparramados,
valor del ímpetu de juventud huido
que enmudeció la lira.
Mantengo de entonces la esencia compartida del agua
que emana cambios en la memoria del corazón,
alterando el aleteo de las mariposas
esplendor de la hierba que va perdiendo lunas a ritmo del cosmos.
Latía el ímpetu,
las ansias,
la angosta subida de trinos felices
cuando el deseo era más fuerte
y la impronta busca en el recuerdo
aquel rastro que aún retiene lo que fuimos
por tiempos que no volverán.
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