“A través de una vorágine de sentimientos contrapuestos, en este yermo donde mi vida se desenvuelve ─siempre incierta, turbulenta las más de las veces, en pocas ocasiones satisfactoria...─ , solamente mis amigos y compañeros de armas en el campo espiritual, Álvaro y Eugenio, presos de un desasosiego semejante al que me embarga, y sin cuya sensible comprensión y amistad sincera mis pasos en este mundo mezquino serían inaguantables, son capaces de comprenderme. En la soledad de la noche, mi leal lebrel Baxter, que está conmigo desde que nací y que tan bien me conoce, enjuga mis lágrimas junto al lecho.”
“Oh, tempestuosa pasión, qué ingrato es vivir en tu seno abisal, pleno de tribulaciones por culpa de un amor no correspondido. Verte es doloroso, no verte es un duro trago. Notar cruzando mi cara el látigo de tu indiferencia, me consume. La fatal respuesta a la adoración que siento hacia ti hunde esta torpe existencia entre riscos de ruinas y escombros. A pesar de tu nombre, Virginia, eres dolor inabarcable y sin final.”
“¿Cuánto más durará este sombrío tormento, esta vida no vida, negación de lo absoluto? Ahíto de una realidad prosaica no apta para almas elevadas, mis pensamientos se ennegrecen en noche eterna.”
“Virginia, dómina cruel entre las ásperas espinas de este jardín sin rosas...”
—Venga, Edu, que te quedas el último como siempre ─le dice Virginia. ─He visto que tus papás han venido a recogerte. Los acompaña tu perrito Baxter. Qué grande está.
—Sí, “seño”.
Diligente, se levanta de la silla; cabizbajo y con un aire digno mezclado con resignación se coloca en la fila. Delante van sus compañeros Álvaro y Eugenio, que no dejan de molestarse el uno al otro: se tiran del pelo, se dan coscorrones, se hacen burla guiñando los ojos y sacando la lengua...
Sonrientes, los padres de Edu están esperándolo a la salida de la escuela. Baxter, un bonito terrier juguetón y de mirada alegre, corre hacia él con la boca abierta y la lengua colgando. Le lame la cara inquieto, sin dejar de moverse a su alrededor. Eduardo reprime las cosquillas con aire grave. Al final acelera el paso, rojo como la grana.
Virginia, la “seño”, se queda mirándolo desde la ventana del aula con una sonrisa indulgente...
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