Abre la noche
oscuros abanicos
en la aridez
de mis cansados párpados.
De la oscuridad brotan
secretas sinfonías
que viene proclamando
sonidos más antiguos.
El silencio y las sombras
tienen voces pequeñas
y por su imperceptible
nocturna levedad
se me hacen verdaderos
paisajes que conozco,
lugares que he vivido:
los caminos de tierra
regados por el sol
floreciente de agosto;
campos de primavera
regios, enaltecidos
por blanca flor de almendro;
risas, cantos de niñas
en portales y plazas;
el aire del verano
que dejaba en la boca
un sabor a cereza;
y el beso de mi madre
para llamar al sueño.
Pero amanece.
Una luz despiadada
ha eclipsado el hechizo.
Necesario es que entierre
mi casa sin ventanas
en lo más hondo
de mi cuerpo frío.
No puedo ser la misma.
Tengo el alma más vieja
y a mitad de camino
de un olvido infinito.
Irremediablemente,
está naciendo el día
y siento que algo muere
con las primeras luces.
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