El
bosque era un tapiz. Sus infinitos colores parecían la paleta de un pintor.
Caperucita, sin miedo, atravesó la ladera del robledal camino de casa de su
abuela. Llevaba los pasteles y los panes para ella que le habían encomendado, ya
que se encontraba enferma. Su madre le había advertido convenientemente: “No
hables con desconocidos, ni te apartes del sendero”. Ella, obediente, así lo
hizo, ya que un feroz lobo, a mitad del camino, le había dirigido la palabra y
ella ni le había mirado. Llegó a casa de su abuela temprano. Tenía la pobre
mujer mal aspecto: el rostro pálido, los ojos enfebrecidos. Caperucita le
apartó un trozo de pastel en un plato y le calentó un poco de leche. Cuando
estaban tranquilamente charlando sobre las tareas escolares de Caperucita, unos
nudillos golpearon la puerta de la cabaña. “¿Quién es?” −Preguntó la abuelita.
“No esperas a nadie, ¿no? −Le preguntó Caperucita a su abuela. A lo que esta le
respondió que no.
Caperucita
intuyó quién podía ser, y, ni corta ni perezosa, subió al desván a buscar la
escopeta recortada de su recientemente fallecido abuelo. Antes de volver a
bajar, se asomó sigilosamente por el ventanuco que estaba justo encima de la
puerta y constató así la presencia del lobo que la había abordado en el camino.
“¡Pasa,
pasa!” −Le dijo Caperucita al visitante, encañonando la pistola hacia la
puerta. “Soy un pobre lobo, y me he perdido en el bosque” −Respondió el bribón,
que se quedó de piedra al entornar la puerta y ver a la pequeña escopeta en ristre.
“Esta pequeña no tendrá el valor de dispararme” −Pensó el lobo, mientras la
niña le explicaba −sin soltar el arma− cómo llegar al territorio donde
habitaban los lobos. Hechas todas las explicaciones, Caperucita le invitó a
marcharse. Y el lobo, dando tiempo a una mejor oportunidad, se quedó al acecho
tras unos matorrales cercanos a la cabaña a la espera de que la niña saliera y
poder zampárselas a ella y a su abuelita. A los pocos minutos, se escuchó un
disparo, y el lobo, sobresaltado, se aproximó a la ventana de la cabaña. Un
cazador que pasabapor allí acudió al sitio donde se había producido ladetonación
y vio al lobo merodeando la casa. Encañonándolo con su arma, le hizo huir, y
entró en la cabaña para ver qué había sucedido. “Gracias a dios que llega
usted, señor cazador. Por eso he efectuado el disparo al techo −Le dijo
Caperucita al hombre− Le tengo dicho a mi abuela que ponga un pestillo en esta
puerta, porque hoy una, y más a su edad, no puede vivir en medio del bosque sin
ninguna medida de seguridad.”
El
cazador les dijo a ambas que el lobo había huido, pero que tuvieran cuidado.
“¿Me lo dice, o me lo cuenta? −Le contestó Caperucita al hombre− Con los
tiempos que corren no te puedes fiar de nadie. Y menos de un lobo que habla”.
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