martes, 14 de enero de 2020

LA NUEVA CAPERUCITA, por Lourdes Páez Morales.



El bosque era un tapiz. Sus infinitos colores parecían la paleta de un pintor. Caperucita, sin miedo, atravesó la ladera del robledal camino de casa de su abuela. Llevaba los pasteles y los panes para ella que le habían encomendado, ya que se encontraba enferma. Su madre le había advertido convenientemente: “No hables con desconocidos, ni te apartes del sendero”. Ella, obediente, así lo hizo, ya que un feroz lobo, a mitad del camino, le había dirigido la palabra y ella ni le había mirado. Llegó a casa de su abuela temprano. Tenía la pobre mujer mal aspecto: el rostro pálido, los ojos enfebrecidos. Caperucita le apartó un trozo de pastel en un plato y le calentó un poco de leche. Cuando estaban tranquilamente charlando sobre las tareas escolares de Caperucita, unos nudillos golpearon la puerta de la cabaña. “¿Quién es?” −Preguntó la abuelita. “No esperas a nadie, ¿no? −Le preguntó Caperucita a su abuela. A lo que esta le respondió que no.
Caperucita intuyó quién podía ser, y, ni corta ni perezosa, subió al desván a buscar la escopeta recortada de su recientemente fallecido abuelo. Antes de volver a bajar, se asomó sigilosamente por el ventanuco que estaba justo encima de la puerta y constató así la presencia del lobo que la había abordado en el camino.
“¡Pasa, pasa!” −Le dijo Caperucita al visitante, encañonando la pistola hacia la puerta. “Soy un pobre lobo, y me he perdido en el bosque” −Respondió el bribón, que se quedó de piedra al entornar la puerta y ver a la pequeña escopeta en ristre. “Esta pequeña no tendrá el valor de dispararme” −Pensó el lobo, mientras la niña le explicaba −sin soltar el arma− cómo llegar al territorio donde habitaban los lobos. Hechas todas las explicaciones, Caperucita le invitó a marcharse. Y el lobo, dando tiempo a una mejor oportunidad, se quedó al acecho tras unos matorrales cercanos a la cabaña a la espera de que la niña saliera y poder zampárselas a ella y a su abuelita. A los pocos minutos, se escuchó un disparo, y el lobo, sobresaltado, se aproximó a la ventana de la cabaña. Un cazador que pasabapor allí acudió al sitio donde se había producido ladetonación y vio al lobo merodeando la casa. Encañonándolo con su arma, le hizo huir, y entró en la cabaña para ver qué había sucedido. “Gracias a dios que llega usted, señor cazador. Por eso he efectuado el disparo al techo −Le dijo Caperucita al hombre− Le tengo dicho a mi abuela que ponga un pestillo en esta puerta, porque hoy una, y más a su edad, no puede vivir en medio del bosque sin ninguna medida de seguridad.”
El cazador les dijo a ambas que el lobo había huido, pero que tuvieran cuidado. “¿Me lo dice, o me lo cuenta? −Le contestó Caperucita al hombre− Con los tiempos que corren no te puedes fiar de nadie. Y menos de un lobo que habla”.

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