Tuve miedo de caer en las mismas tontas excusas en las que
caía cada vez que mis padres me pillaban haciendo algo que no debía; como
cuando descubrieron que, con tal de librarme del colegio, bebía varios sorbos
del vinagre de la despensa algún domingo por la noche, y a escondidas, hasta
sentirme realmente fatal, con la palidez de un cadáver y temblores de
muerte... Me pasaba lo mismo cuando
llegaba tarde porque me hubiera entretenido más tiempo de la cuenta con la
pandilla del barrio. Unas veces me regañaban; en otras ocasiones, su silencio
tenso y acusador hacía que me sintiera aún más culpable. Me miraba los zapatos
con la cabeza gacha, decía alguna tontería entre dientes, y aguantaba el
explícito o implícito chaparrón.
Sin embargo, esto es distinto...
Ayer, al hablar con ellos en la
distancia, desde mi nuevo piso, como he referido antes, tuve miedo de
confesarles la verdad: que no me veo capaz, que esto no es para mí. Casi me
puse a llorar de angustia e iba incluso a decirles que hoy me volvía a casa.
Que ya me las arreglaría...
El caso es que en el fondo siempre
fui una persona de carácter, decidida. Con frecuencia, me viene a la cabeza el
hecho de que, mientras los niños y niñas de mi edad no pagaban el autobús, yo
le pedía a mi madre que, aparte del suyo, me comprara un billete para mí. Lo
sujetaba con fuerza durante todo el trayecto. Era como si necesitara afirmar mi
lugar en el mundo, en la vida. Un día una señora quiso apearme del asiento, y
yo, con cara de rabia y a la vez de suficiencia, le mostré la bolita arrugada e
irreconocible en que se había convertido el papelito en mi mano. Así pues, ella
calló impresionada y no volvió a rezongar ni a molestarme en todo el viaje. Mi
madre sonreía sin haber querido intervenir en la escena.
Lo cierto es que aquí estoy ahora;
no hay excusas que valgan. Las almas grandes se envilecen solicitando excesiva
indulgencia y condescendencia. Es la fuerza del Destino la que se impone, ante
la que ningún ser humano puede doblegarse...
Efectivamente, ningún libro de
autoayuda, personas tóxicas o zonas erróneas podría seguramente servirme en
estos momentos. Tampoco las frases lapidarias o las citas imposibles que tanto
abundan, pero que nadie en el fondo las pone en práctica- te preparan realmente
para situaciones excepcionales como esta. Aquí me encuentro, sin poder dormir,
varado como barca en la arena, como alma en el purgatorio de las almas... Qué
vida esta. Quién me iba a decir a mí que iba a ser este mi futuro. Y mis
padres, encima, orgullosos...
Se supone que me he estado
preparando durante años para esto.
Decía mi profesor de latín, a quien
tanto admiraba, que era la profesión más bonita del mundo, y que yo valía para
esta como nadie. ¿Y si fuera verdad?
En fin, mañana a primera hora me
enfrentaré a "ellos"... Comenzaré con mi clase de educación
infantil... No hay vuelta atrás. Allá voy.
Papá, mamá, don Salvador... ¡Por
vosotros!
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