Con las primeras luces se inicia en el llanto,
lágrimas translúcidas bautizan su faz.
Es de arcilla su realidad,
blandura crecida en el temblor de un vientre ansioso,
oasis de ternura,
desnudez,
inocencia,
sus ojos son nubes de cielo claro,
en su garganta anida un gorjeo de palabras,
todavía mudas,
que le nombran,
que le adivinan en el palpitar de sus raíces.
Pequeño Dios,
dorado umbral en el que reverdece de sol a sol el
aliento,
y regresa la caricia en el rumor de la alborada.
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