domingo, 15 de julio de 2018

EL REGRESO, por Dori Hernández Montalbán.




Llegó sin avisar, revestido de cierta angustia y desasosiego. Parecía un druida, un aparecido en mitad de la montaña, un anciano buhonero que hubiera perdido todos sus cachivaches por los caminos más remotos de la tierra.
Lo primero que hice fue prepararle algo de comer, después conversamos largamente bajo el cielo estrellado:
- Dios Escribe en la noche –balbució – pero ¿para quién escribe? ¿a quién de nosotros dirige el aliento de sus sílabas? ¿Por qué se molesta en hablar con los hombres? Los hombres que somos menos que viento y ceniza, absurda quimera de dolor y vacío. Él, sobre todo él, el Dios con mayúsculas de nuestros mayores, el gran ausente, el viajero eterno, el gran demiurgo que sostiene con hilos invisibles el cuerpecillo de los pájaros. Él, que duerme bajo los girasoles. Él, el que no necesita casa, y si acaso la necesita, no es más que un inmenso paraguas abierto, refugio y defensa de toda inclemencia. Tranquila nena, todavía no he perdido la cabeza, lo sé, sé lo que estás pensando; no tiene sentido hacer fuego en mitad del hielo ¿verdad? ¿Sabes? no tienes malas vistas desde aquí. No, no digas nada, se que necesito un baño de al menos media hora en remojo, lo sé. “En remojo”, tía Elo utilizaba mucho esta palabra, “remojo”. Ella me decía: “eres demasiado ruidoso hijo, dejas a todos desconcertados con tus extrañas reacciones. Ella no comprendía la excentricidad del noctámbulo, siempre goteando nostalgia durante el día. No temas nada nena, no hay porqué preocuparse. Todavía conservo el pequeño refugio de la sierra, hacia allí me dirijo. No quiero que nadie sepa de mi regreso, guardarás el secreto ¿verdad? Desde allí observaré la mentira del mundo y volveré a escribir, tú firmarás mis novelas, pues a mí me dieron por muerto, como sabes, hace algunos años. Quiero seguir así. Mi desaparición me ha librado al fin de ella y de mí sin proponérmelo. Allí arriba únicamente me preocuparé del brezo  y la nieve. En la cumbre no importa lo que se sabe ni lo que no se sabe. Bermejo se ocupará de las provisiones y de todo lo demás. Sentirme libre es casi mejor que serlo ¿No crees? A la poesía le gustan los cisnes de cuello negro y siempre huye de la jaula de los leones. Como ves ahora, viajo hacia atrás y me gusta indagar en los olvidos. No me pidas sentido común, porque en mí no ha existido nunca más sabiduría que aquella que poseen los locos seducidos por la belleza del granizo. No importa lo vivido sino lo que queda por vivir, lo que queda entre la bruma del valle, lo que dejarán los rebaños a su paso. No sé si con lo que me queda algún día lograré ser dichoso. Se acerca el tiempo de la verdad desnuda, no tengo ya camisas de lino sino un lugar vacío y unas sandalias demasiado usadas. Estaré en los lugares más insospechados. Voy a unirme con los árboles. No sufras nena, en este mundo ya no hay lugar para mí. Lo importante ahora en esto de vivir en el anonimato es no bajar a la ciudad, no ser visto por nadie, excepto por Bermejo. Tampoco en este viaje he encontrado lo que buscaba, pero al menos he conseguido librarme del fantoche en el que me había convertido, aunque para ello haya sido necesario que me dieran por desaparecido.
Su última novela llegó puntualmente pero ya nunca supe de él. Es todo cuanto sé.

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