Entorné los
ojos
y, al son de
campanas
que buscaban
su otro ego,
vi ir y
venir
las pisadas
de una nada
que, bajo
suelo podrido,
escocían
lágrimas
de
admonición.
Místicas
noches
nacían
golondrinas
que, en el
silencio
de
infatigables ruegos,
ensuciaban
sus aleteos
con
virtuales abrazos
que no
supieron consolar
dolientes
duelos.
Abro los
ojos
y, en la
pena
de
importunas auroras,
escribo una
hoja en blanco
que en este
concreto momento
espera que
eclipsadas lunas
vuelvan a
vestir de amor
versos que
me desnuden.
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