Estaba
allí plantado, en el sótano de un fértil Mercadona. Improvisada alacena, una
oquedad en el forjado albergaba un transistor. La radio escupía voces cual
disparos en el frente laboral. Monologaban dos locutores con una alegría
impropia, fingida, beoda.
De
pronto, escombros y polvo. Un portazo.
—¡Puta
puerta!
Nuevo
portazo.
—¡Me
cagüen su puta madre!
Las ocho
y treinta y cuatro.
—¿La
acometida de la izquierda o la de la derecha? —se oyó desde arriba, en el hueco
del ascensor.
Ahora
cantaba Loquillo, su timbre chulesco y rasgado.
Ruido.
La sierra circular contra el ladrillo, royéndolo, tajando el adoquín en dos
mitades desiguales. La radio. La sierra. La música estridente. Los dientes de
metal. Protección auditiva obligatoria: sin señalizar.
Y allí
seguía él. Contemplándolo todo. Mirando y apuntando mientras otros trabajaban a
destajo sin matarse. Cada uno a lo suyo. Como la vida misma.
Las
8:47. Ahora berreaban unos australianos. Parecía hienas.
Entre
tanto, él tomaba notas absurdas para una lista de chequeo. Solo. Silencioso.
Protegido por un casco y los tapones auditivos. Ya estaba acostumbrado. «Mejor
así».
—¡Las
nueve y doce minutos! —Bramó el altavoz.
Ya
faltaba menos para el desayuno, esa tregua afable y deseada. Tan grata como
agua de mayo. Receso en solitario, como casi siempre: acompañado de un café con
leche y una tostada con tomate y aceite precintado. Higiene: OK.
A través
de los tapones, amortiguado, sonaba un estruendo infernal. Las radiales hacían
coros a canciones insufribles. Al fondo, en el parking, una carretilla
elevadora puso la guinda con pitidos alarmados. Señal acústica: OK.
De
cuando en cuando entraba algún trabajador del súper, en dirección a los
vestuarios, tomados por el polvo algodonoso del escombro. Muy pronto los aseos
serían ruinas de paveses. Aquello semejaba las aceifas de Almanzor.
Y, de
pronto, cuando menos lo esperaba, cuando toda su esperanza zozobraba, entró un
albañil por la puerta. Cincuentón, bigotudo y cargado de espaldas. Sonrió
cortésmente y, mirando al prevencionista a los ojos, saludó con tono amable:
—Buenos
días.
Todo un
triunfo a celebrar.
Sencillo, descriptivo,lo más sorprendente:el final,
ResponderEliminar¿el finaalll?
Si,si,el final,sin efectos especiales,ni asesinatos ni malos malvados,un final sencillo,natural,
¿a que no te lo esperabas eh?