Tu espíritu fue un manglar acostumbrado a mareas
pero acechabas desconfiada el movimiento de las olas.
Fue el recuerdo persistente de pausados naufragios...,
tu corteza desconchada de madero a la deriva,
no resistió el último envite.
Virginia,
tu nombre de vestal era un escarnio
a tu corazón de amazona,
latiendo enfebrecido con la pluma.
Amaste a partes iguales,
fuiste Orlando insomne,
levadura del amor y de la muerte.
No fue, tu casa, caparazón de tortuga,
sí fue, tu alma, acantilado pulido
por la furia del océano.
Tus alas eran de papel
donde la tinta soñaba
con una habitación propia.
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