El abuelo de
Enoch dormía y él aun no había cogido el sueño cuando vio encenderse una de las
pantallas de su terminal, la que estaba situada en el techo. Comenzaron a
desfilar signos indescifrables que se repetían e iban perdiéndose al llegar a
la parte inferior de la pantalla. Después de unos segundos, la imagen se congeló
y entre la maraña de signos podía leerse: FUERA AUN SE RESPIRA, NO OS RESIGNÉIS
A TRAGAR BASURA. Mascullo la frase en silencio dos o tres veces y se echó a
reír, después activó el antivirus y se quedó dormido.
Su abuelo
Cayo era una mullida masa carnosa que residía permanentemente en una especie de
gran sofá-cama. Sólo algunas partes periféricas de su persona tenían movilidad,
estas eran: los dedos de las manos y pies, las pestañas que a pesar de la edad
eran largas y espesas, y sus orejas. Las utilizaba para comunicarse con el
nieto, a falta de palabras, ya que sólo articulaba tres: “Zira, Aulo y
Hesperia”. Eran combinadas al azar y repetidas desde el inicio al fin de la
jornada. Su rostro era mofletudo y sonreía constantemente, abriendo y cerrando
las pestañas. Cuando no estaba enfadado parecía un bebé gigante. Enoch no
conocía bien a su abuelo, y a decir verdad, tampoco sabía nada de sus
progenitores. Cuando los tutores lo trasladaron del internado lo encontró allí
en el sofá sonriendo con expresión beatífica, afectado por una peculiar
demencia senil.
Alguna vez
había reflexionado sobre su origen, pero no hallando respuesta se resignó a
olvidarse del asunto. Después de todo, su situación no era muy diferente a la
de gran parte de la población joven que fueron concebidos de forma artificial.
Él sabía que no lo era por la evidencia de su abuelo y por la información de su
microchip de identidad que decía claramente que era un “bebé natura”.
-
¡Son
las ocho y quince minutos, toma tu desayuno! Cayo ya ha tomado suyo…, son las
ocho y dieciséis minutos, ¡despierta haragán!, ¡despierta haragán! Son las ocho
y dieci…!
Mientras
Penélope, la robot, daba vueltas alrededor de la cama repitiendo la hora, Enoch
escondía la cabeza bajo la almohada, resistiéndose a ponerse en pié. Tomó su
desayuno; un comprimido energético para las primeras horas del día y una ducha
para despejarse. Activó su terminal, al momento escuchó la voz seductora y
familiar que le daba las noticias
diarias.
-
Buenos
días, hoy es lunes, uno de mayo. El medio está precioso, las nuevas tonalidades
anaranjadas del gaseomedio favorecen el paisaje, nos invitan a pasear, no se
queden en casa, cojan la mascarilla y exploren la ciudad. El joven senador
Drusilo Bompiani visitará esta tarde el distrito 408; continúa su campaña
electoral, en su programa se contempla la reconstrucción urbana de la zona y la
instalación del metamedio a mitad de precio de mercado.
A continuación
se escucha la música con el slogan publicitario de la campaña: “Vota a Drusilo
Bompiani, el medio más saludable”.
Miró por una
de las ventanas, en efecto, la ciudad se hallaba iluminada por tonalidades
anaranjadas. Sin duda el aire tenía hoy un alto porcentaje de azufre, tomaría
su mascarilla y saldría a pasear. Siempre que llegaban las elecciones del nuevo
gobernador, a los vecinos del 408 se les iluminaba la mirada con una llamita de
esperanza, ante la oleada de promesas de los senadores. Cuando uno era elegido,
había fiesta durante tres días. Después la euforia pasaba, todo volvía a la
rutina de los días anteriores, las promesas que habían bombardeado las redes de
información se apagaban y escondían en la inmensidad de los cables. Entonces la
entidad del nuevo gobernador se alejaba del pueblo a medida que se agarraba al
poder. A los de las clases más pobres se les vedaba toda información sobre el
cumplimiento o no de estas promesas. Lo máximo que podían obtener era un par de
páginas sobre la supuesta y lavada biografía del excelentísimo y una foto
ilustrándolas. Las ilusiones se iban mitigando y a los vecinos los embargaba de
nuevo la zozobra, sabiéndose huérfanos de todo favor social, sin el menor
atisbo de esperanza de que la situación pudiera nunca cambiar. Tomaban sus mascarillas
y salían al exterior que era un interior contaminado, y volvían a la actividad
como un enjambre de pájaros encerrados en una inmensa jaula, chocando contra
sus paredes de cristal y contra su destino.
Enoch reciblaba todos los
mensajes que recibía de los medios. La soledad y su naturaleza sensible hacían
que viera la realidad con cierta distancia, para no dejarse engañar por toda
esta propaganda fraudulenta. Así fue desarrollando una postura crítica y un
espíritu inquisitivo que lo alentaban en búsqueda constante de la vedad.
Observaba todo lo que le rodeaba, a la gente, a su abuelo, y contrastaba
noticias. En casa se ejercitaba físicamente a diario, no quería acabar como su
abuelo u otras personas mayores cuya vida sedentaria en demasía, exentos de la
menor actividad, los había convertido en colchones hinchados, limitados para
siempre por la fuerza de la gravedad.
El distrito 408 era una parcela
pequeña de las muchas que componían la macrociudad Penturvia, un extenso
territorio sumergido en una atmósfera artificial que protegía de la
extratmósfera terrestre, irrespirable desde hacía un siglo. La atmósfera de
Penturvia no era de la mejor calidad, sino todo lo contrario. El gaseomedio era
en realidad el mismo aire de la extratmósfera previamente filtrado por grandes
depuradoras de aire que lo limpiaban mínimamente de los componentes nocivos.
Los ciudadanos sólo podían salir a la calle con mascarilla y en cada casa se
tenían instalados nuevos filtros que lo limpiaban del todo, y que se pagaban
como un bien de primera necesidad por los consumidores.
No corrían esta misma suerte los
habitantes de megaciudades habitadas por las clases más acomodadas, en las que
se respiraba el metamedio; un compuesto artificial muy parecido al aire
atmosférico de tiempos pasados. Por último, había otra población aun más
afortunada, la de la clase pudiente, que tenían el privilegio de respirar el
medio; aire totalmente puro y saludable. Estas ciudades, que eran menos
numerosas en extensión y población, contaban con pequeños parques con plantas y
estanques, elementos inexistentes en las anteriores.
La comunicación entre las
megalópolis de distinta índole estaba controlada por el poder político que
ostentaban los de la clase pudiente. Ocultaban la segregación de la que eran objeto
ciudades como Penturvia, donde se hacinaban los parias del sistema; ciberpunk,
tecnolibertarios, hackers y demás vaqueros electrónicos que se infiltraban en
las redes planetarias y ejercían la protesta electrónica.
Aquella mañana, día de descanso, la
gente se concentraba en los centros comerciales desde primeras horas para hacer
todo tipo de compras y consumiciones, ya fueran materiales o virtuales; se
agolpaban en las entradas como si fuera el fin del mundo y gastaban hasta la
última moneda, igualmente virtual o material. Se compraba de todo, desde un
cinturón o unos zapatos hasta viajes de dos horas sobre las nubes, donde podían
sentir la sensación del viento, la lluvia, una tormenta, etc. Al final de la
jornada la gente regresaba a sus casas más agotados si cabe que en cualquier
día de trabajo, más pobres y con una rara sensación de insatisfacción. Hacían
examen de conciencia y se prometían solemnemente cambiar de actividad en el
próximo día de descanso pero ¿a dónde ir? ¿Qué hacer si no? Se preguntaban.
Ese día Enoch había decidido
pasear por la calle, cuyo paisaje ceniciento a veces le resultaba atractivo,
sobre todo cuando no era muy transitada y podía caminar a sus anchas hasta
perderse. Presentía que más allá, mucho más allá, estaban otras ciudades a las
que soñaba poder viajar. Los controles eran muy rígidos para el transporte
público y él no disponía de vehículo propio.
Cuando se acercaba a uno de los
estadios deportivos de Penturvia, ya casi en las afueras del distrito 408,
quedó sorprendido al ver algunos vehículos estacionados en las zonas de
aparcamiento, éstos eran grandes y lujosos y llevaban estampados los logotipos
de dos multinacionales. Por doquier se escuchaba una música familiar. De pronto
cayó en la cuenta de que era el gran día de campaña política y su curiosidad lo
animó a acercarse. La entrada al estadio estaba vigilada por cinco guardias de
seguridad. El edificio tenía forma hexagonal Y cada uno de sus lados también
estaba custodiado por un guardia. Sintió el impulso de colarse dentro y ver lo
que allí se estaba cociendo, pero por más que daba vueltas alrededor del
edificio no encontraba la forma de pasar inadvertido. En este momento miró al
suelo y vio una alcantarilla. ¡Ahí estaba la solución! Cambió su mascarilla por
otra y en un descuido del guardia levantó la tapadera y se internó en la
oscuridad, aliviada levemente por unas mortecinas luces que se activaron de
forma automática. El trayecto hasta el interior del estadio resultó corto y por
fortuna fue a dar a un sótano justo bajo las gradas. Se encaramó donde estaban
instalando los equipos. Durante veinte minutos tuvo la oportunidad de
presenciar el hecho más sorprendente del
que había sido testigo y que daría lugar a la aventura más trascendente de su
vida. El escenario estaba ocupado por los técnicos que se afanaban siguiendo
las instrucciones de un directivo. La voz de éste podía escucharse en todo el
aforo.
-
¡Atención –decía- vamos a probar; la imagen
cuatridimensional debe estar presente en escena desde el principio, todo debe
estar preparado para que resulte lo más real posible, no podemos permitirnos el
mínimo fallo!.
Se
escuchó de nuevo la música de la campaña electoral, intercalada de ovaciones y
aplausos que procedían de las gradas, como si todo el estadio estuviese ocupado
por una muchedumbre de fantasmas, pues era obvio que allí no había nadie. Por
uno de los extremos de la escena salió el senador Drusilo Bompiani saludando a
un público invisible.
-
Buenas tardes, ciudadanos y vecinos del Distrito
408, es un honor para mí estar aquí esta tarde…
-
¡Congelen la imagen! –ordenó el directivo.
Repentinamente el senador quedó inmóvil como un maniquí- ¡más credibilidad,
potencien el brillo de los ojos, mayor expresividad en los gestos- continuaba.
Entonces la cara del político se difuminaba por momentos y los brazos se
borraban y volvían a aparecer. Ahora cambiaba el color de su corbata, ahora el
de su camisa. El senador no era una persona
de carne y hueso, era una realidad virtual creada por las
multinacionales, seguramente para la consecución de sus objetivos.
Enoch
quedó anonadado por lo ocurrido, descendió del ventanuco trastornado y se paró
a reflexionar. ¿Qué significaba toda aquella farsa? ¿Por qué engañaban a la
gente de esa manera? Todo le pareció tan ridículo que se cuestionaba si había
algo que fuera real en el mundo. Sintió deseos de respuestas y sabía que allí
en Penturvia nunca las tendría, así es que urdió un plan para viajar a las
otras ciudades, aquellas que eran habitadas por los ejecutores de todo el montaje.
¿Y con quién mejor sino con ellos podría viajar, aunque fuese de forma
clandestina? Su cerebro trabajaba a la velocidad del rayo: tendría que
conseguir uniforme como el que vestían los técnicos, y cuando estos subieran al
aerobús para regresar a sus casas, Enoch entraría como uno más. Sería con el
uniforme para que el personal se familiarizara con su rostro y no pudieran
extrañarse, sería cuestión de mezclarse en los momentos de mayor actividad.
Pero ¿Cómo conseguiría el uniforme? Tendría que encontrar la entrada a los
vestuarios que casi con toda seguridad se ubicaba n bajo el escenario. Comenzó
a buscar en el sótano alguna puerta, casi a tientas la encontró, herméticamente
cerrada al final de una pequeña escalinata. Intentó poner en marcha el mecanismo
que pudiera abrirla pero no halló la forma, de modo que descendió con la
intención de encontrar algo que le sirviera de palanca. Casi en penumbra pudo
ver en un rincón un cuadro de mandos con tres botones, presionó uno de ellos y
se abrió el ventanuco que daba a las gradas ¡Eureka!, seguramente uno de los
tres abriría la puerta, presionó el segundo como movido por una intuición y al
momento la puerta comenzó a desplazarse hasta abrirse por completo. Subió la
escalinata a toda prisa y fue a dar con un pasillo muy amplio e iluminado que
tenía habitaciones a ambos lados. Escuchó el murmullo de voces que se
acercaban. Sin pensarlo dos veces abrió la puerta de un pequeño despacho y
entró, por suerte no había nadie. Permaneció allí hasta que el murmullo se fue distanciando,
salió con sigilo y se apresuró hasta el final del pasillo que era el recodo de
otro pasillo más pequeño. Allí pudo ver las señalizaciones de las duchas,
dentro había alguna gente duchándose. Encontró un uniforme limpio en las
perchas. Debajo de estos, sobre un banco, había toallas y uniformes ya usados,
cogió uno de ellos y se cambió rápidamente.
-
¿De qué sucursal procede usted?.
-
Vengo de un poco más al Sur, de la de Lorena.
Cuando terminó
de cambiarse salió y fue a esconderse a una habitación contigua; era un
gimnasio enorme. Allí decidió dar unas cuantas órdenes por control remoto a
Penélope para que cuidara de su abuelo durante su ausencia, realizara algunas
compras, suministrara su medicina a Cayo y le diera su masaje diario.
En el exterior
ya todo estaba preparado para la gran mentira, las gradas estaban iluminadas y
la escena completamente a oscuras, así podría pasar fácilmente desapercibido.
Los técnicos se movían de aquí para allá y se agrupaban según las tareas. Enoch
se unió al grupo más numeroso que llevaba el control de sonido. Esta era la
tarea que le resultaba más familiar, pues trabajaba en la venta de equipos a
través de la Red. El aforo comenzó a llenarse de gente de todas las edades y a
las doce en punto cerraron la entrada. Todo aconteció tal como lo había
previsto, el montaje resultó un gran éxito, el público respondió de forma
calurosa, seducidos por los efectos de aplausos y ovaciones. El político
pareció tan real que cuando todo terminó Enoch sintió deseos de subir al escenario
y felicitar al fantasma de Drusilo Bompiani.
A las tres
estaba ya en el aerobús totalmente instalado, sin haber tenido que pasar ningún
control previo. Sin embargo se encontraba muy nervioso, por momentos todo
aquello le pareció irreal. Sintió una sensación extraña parecida al vértigo y
mucha tensión.
-
Señores pasajeros –les informaban- en un minuto
realizaremos una breve parada en la estación sur de Hesperia, por favor no
olviden sus pertenencias.
“Hesperia” era
una de las palabras que pronunciaba Cayo. Le pareció un buen lugar para
apearse. Con un acto reflejo se puso la mascarilla y se dispuso a bajar.
-
Estamos en casa, amigos, ya no la necesita –dijo
una voz señalando la mascarilla.
-
Ciertamente –contestó Enoch- el viaje ha debido
trastornarme- dijo despidiéndose con un gesto mientras se quitaba la máscara.
Así era,
realmente se sentía trastornado, desbordado ante todo aquel paisaje tan
abierto, tan diferente al que había dejado atrás. Caminaba nerviosos sin rumbo
fijo, cada imagen le impactaba: los árboles, el cielo, la luz, especialmente la
luz del sol que le cegaba. Sintió girar todo a su alrededor, tras de sí oyó un
rugido tremendo de algo muy grande, inmenso y misterioso, el mar. Cuando sus
ojos se encontraron con el mar cayó al suelo fulminado por la impresión. Al fin
despertó, creyó que había pasado una eternidad pero en realidad tan sólo habían
transcurrido unos segundos. Un ser extraño que parecía una mujer llena de
arrugas le daba pequeños cachetes en la mejilla y le sonreía constantemente.
-
¿Se encuentra bien? Oh, ya veo que va volviendo
en sí… ¿puede respirar, joven?.
-
Si – balbuceó- en toda mi vida no había
respirado mejor-contestó- ¿Y usted, se encuentra bien?
-
¡Oh si! –dijo alborozada- he de dar gracias a
Dios, pues aún me encuentro ¿cómo se llama?.
-
Enoch, puede llamarme Enoch.
-
Yo soy Zira, -dijo tiernamente- has debido
sufrir una lipotimia ¿Puedes ponerte en pié y acompañarme a casa, Enoch? Te
prepararé una merienda estupenda.
-
Gracias pero…
-
No se hable más –le interrumpió- ¿Crees que
podrás ponerte en pié y acompañarme?
-
Eso espero – contestó mientras se esforzaba por
mantener el equilibrio.
La
casa de Zira estaba muy cerca de la playa. Era una casa humilde pero muy
pintoresca para Enoch, en ella habitaban animales de muchas clases: perros, gatos,
gallinas, patos, conejos, abejas, un par de cabras, palomas… La vegetación
también era abundante, cultivaba un pequeño huerto en el que crecían hierbas y
hortalizas varias. El muchacho contemplaba todo aquello con la sorpresa y
admiración de quien descubre un mundo nuevo, tanto era así que la anciana no
tardó mucho en comprender que Enoch no era de Hesperia, y que el sitio del que
venía habría de ser muy diferente de aquel.
-
¿Vienes de muy lejos verdad?.
Enoch
permaneció un momento en silencio, no sabía por qué, pero no sentía
desconfianza de aquella señora; sus ojos le inspiraban tranquilidad, así que
desecho su idea primera de mentirle y simplemente asintió.
-
¿Puedes decirme cómo has llegado hasta aquí?
–volvió a interrogarle mientras ponía sobre la mesa un trozo de pastel de
espinacas y yogur.
-
He venido de incógnito con los técnicos que han
trabajado en el meating político de Drusilo Bompiani.
-
¿De Penturvia vienes? –lo miró sorprendida y al
mismo tiempo con cierta emoción.
-
Así es, del Distrito 408, ¿lo conoce?.
-
Zira volvió a sorprenderse y sonrió.
-
Pues claro que sí, tengo buenos amigos allí
–mientras decía esto la mirada de la mujer parecía perderse, transportarse.
-
¿Qué te hizo venir aquí?
Enoch
le contó que siempre había sentido curiosidad y deseos de saber cómo eran las
ciudades que estaban en el otro lado, cómo vivían las personas que las
ocupaban. También le contó lo que había visto en el estado el día anterior, la
mentira de la que había sido testigo y que le había empujado a buscar
respuestas. Zira asentía en silencio moviendo la cabeza. Enoch hablaba del
distrito 408, de cómo vivía allí la gente, de las protestas de la población en
la Red y la sospecha por fin confirmada de que están siendo víctimas de la
manipulación del poder político y económico de los que vivían fuera. Zira, tras
unos minutos de silencio se echó a llorar ante la sorpresa de Enoch y después
comenzó a hablar.
-
Cuando yo era muy joven, un poco más que tú,
tuve un gran amor. Por aquel entonces la ciudad de Penturvia no era ni la mitad
de extensa de lo que es ahora. Él y yo éramos policías ecológicos, nos
conocimos en el distrito 408, justamente donde tú vives ahora. El índice de
contaminación de la ciudad era ya muy preocupante. Nuestro trabajo consistía en
la vigilancia de las grandes industrias de la zona, pues estaban obligadas a
cumplir las leyes de conservación ambiental. Los dos amábamos la naturaleza y
nos entregamos a nuestro trabajo con verdadera vocación, éramos muy jóvenes y,
como tú, sabíamos muy poco del funcionamiento del sistema. El gobierno que nos
amparaba por entonces fue el creador de este cuerpo de policía. Y fue el mismo
que más tarde nos impidió trabajar, comprado por las multinacionales. Entonces,
poco a poco, empezamos a comprender qué grande era el poder del dinero y todo
lo que podía comprar. Para aquel entonces Cayo y yo ya vivíamos juntos y
teníamos un hijo que se llamaba Aulo. Quisimos revelarnos y nos solidarizaos
con las llamadas por entonces ONGs, grupos ecologistas que no dependían del
gobierno y que defendían los mismos fines que nosotros. Organizamos varias
manifestaciones en las que participaron muchos compañeros del cuerpo, quejándonos
ante el gobierno por las concesiones que habían hecho sin contar con la opinión
pública; concesiones que ponían en peligro millares de vidas humanas. Una vez
pasadas las manifestaciones, recibimos por parte del gobierno la promesa de que
prontamente se tomarían medidas. La primera medida que se tomó fue la propuesta
de la construcción de lo que más tarde se convertiría en la atmósfera
depuradora de la zona. Hubo división de opiniones, algunos estuvieron de
acuerdo como fue Cayo, pensando en dar pronta solución al problema que nos
estaba afectando. Otros no aprobamos la idea, en este grupo estaba yo. Nos
negábamos en rotundo a aceptar que las ciudades se convirtieran en jaulas,
mientras las industrias y el gobierno campaban a sus anchas negociando con el
propio aire que respirábamos. El grupo que estaba de acuerdo con el proyecto
gubernamental era mucho más numeroso, y por tanto, la presión que pudimos hacer
el resto fue insignificante. La relación entre Cayo y yo fue enfriándose cada
día, pues el conflicto que sufríamos generaba discusiones constantemente, hasta
el punto que decidimos poner fin a nuestra vida en común. Aulo, que por
entonces tenía 6 años, vivía aquí conmigo en Hesperia, donde yo había nacido, y
Cayo se quedó en Perturvia. Nos prometió venir a vernos cada mes y así lo hizo,
pero al correr del tiempo los controles para visitar la zona se hacían más
estrictos y sus vivistas se fueron haciendo intermitentes hasta cesar del todo.
Nos comunicábamos no obstante y manteníamos videoconferencias con él. Cayo
había desmejorado muchísimo y se puso enfermo, sufría una gran depresión. Aulo
y yo decidimos visitarle y cuidar de él durante una buena temporada en la que
mejoró notablemente. Me pidió que volviera con él, pero yo tenía aquí un buen
trabajo y todo el aire puro para respirar, así que respondí con una negativa.
Las visitas de mi hijo sin embargo comenzaron a hacerse más continuas y a veces
pasaba temporadas enteras con su padre. En una de sus visitas conoció a la que
sería su esposas, Matilde, una muchacha de otro distrito de Penturvia, y se fue
con ella a vivir.
En este momento comenzaron a resbalar las lágrimas por las mejillas de
la anciana y esta interrumpió su relato.
-
¡Oh –dijo secando sus lágrimas- pero no quiero
aburrirte con historias de una vieja ñoña como yo.
Enoch, visiblemente emocionado, también la interpeló para que
continuase.
-
Por favor ¡cuénteme!.
Un día en el
que Aulo y Matilde fueron a ver a su padre tuvieron un tremendo accidente en el
que murieron los dos. Tan sólo sobrevivió el bebé que habían tenido dos meses
antes. Quise traerlo conmigo y lo reclamé muchas veces, pero por mi edad no me
concedieron la custodia y estuvo en un internado hasta los 16 años, momento en
que lo llevaron a casa de su abuelo Cayo, que se encontraba incapacitado en una
cama debido al trauma que la muerte de su hijo le causó. Pensé que el niño le
ayudaría a él más que a mí, y con él vive. De vez en cuando envío mensajes
electrónicos a su terminal, a la dirección de Cayo pero aun no he recibido
respuesta. Creo que no sabe de mi existencia.
Enoch lloraba
ahora también, emocionado e incrédulo, como si todo esto fuese un sueño del que
en cualquier momento pudiera despertar.
-
¿Cuál fue el último mensaje que le envió a su
nieto?
-
No lo recuerdo bien –dijo la anciana- pero
acompáñame, estará grabado en el terminal.
Tembloroso,
sin haber podido probar bocado, Enoch siguió a la anciana hasta una pequeña
habitación llena de libros impresos. La
anciana activó su ordenador y fue al archivo de mensajes enviados. El mensaje
decía así. FUERA AÚN SE RESPIRA, NO OS RESIGNEIS A TRAGAR BASURA.
Enoch abrazó a
la anciana muy fuerte y dijo entrecortadamente:
-
Lo recibí ayer.
Guauuuuu 👏👏👏👏
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