Ahora que no hay nieve en la saliva,
que doy por desarmada la ansiedad
voluntaria de aquellas soledades
y son más de
cuarenta los años que interrogan
abro al recuerdo todas las aceras,
mi cielo de palomas disecadas,
el amanecer ronco de Ducados,
invadidas por punkis muy pacíficos
y pijos con jerséis de contrabando.
A la ciudad que ubico en mi memoria
decido regresar
con la abundancia dentro de un Citroen,
una pálida joven, amante de Morfeo
y la fe de encontrar en buen estado
restos de adolescencia,
la clausura de aquel ruinoso palomar
en donde componía entre orines de rata
la risa de algún muerto.
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