Expulsados
del paraíso,
nos sabremos
frágiles, al fin mortales,
nuestra
carne se curtirá con los días
y nuestras
alas quedarán desnudas
como astas
gigantes de un venado.
Una trompeta
anunciará nuestro destierro,
nos arrojará
al mundo,
a la espiral
flamígera de la incertidumbre.
Sabremos,
entonces,
de la
melancolía,
como un
violín maullando
al borde de
la memoria.
Hombres
debatiéndose,
presas del
contrasentido,
luchando con
el llanto
en los días aciagos,
donde una
gaita lejana,
arrastrará
el recuerdo
de la inmortalidad perdida.
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