jueves, 14 de julio de 2016

Completismo, por GLORIA ACOSTA.

Gian Paolo Barbieri


 
    Le juro señor juez, que intenté por todos los medios no enamorarme de él, pero ¿cómo resistirse a la profundidad de sus ojos negros, a su aroma varonil y a sus sensuales palabras? Verá señoría, a mí se me conquista por el oído. Lo entendería usted si hubiese padecido  como yo  una serie de acúfenos recurrentes desde la más tierna infancia. Mi mundo se componía de imágenes, olores y ruido. Absorbía las voces por el tacto. Me convertí en una sobona. Claro que aprendí el lenguaje de signos y me especialicé en kinesia, pero a mí me gustaba palpar. No había cuerpo que se resistiera al calor de mis manos. Era mi forma de percibir el color y el matiz de mi interlocutor. 
   ¿Puede usted imaginar el impacto que me sacudió cuando el tratamiento a base de hidroxietilalmidón y pentoxifilina me devolvió mi atrofiado sentido? Me sorprendió comprobar que no me había equivocado al asignar  a las personas cercanas su propia melodía. Por eso cuando le conocí y me susurró al oído, no pude más que rendirme.   
  Reconozco que los anteriores nunca llegaron a su nivel, sus voces eran más atildadas o demasiado ásperas, pero los amé a mi manera.
  El asunto del coleccionismo es inherente a la naturaleza de la rama femenina de mi familia. Puede su señoría preguntar a mis amigos y todos corroborarán mi afición. 
   Guardo de todo: sellos del mundo entero, el " ojos de buey" me salvó del hambre en  una ocasión; lepidópteros de múltiples especies, tendría usted que ver mi Ornithoptera Alexandrae; el santoral completo en estampitas clasificadas por año de canonización, mis diez mil vinilos de música afro-cubana...por eso cambio a menudo de domicilio.

  ¿Entiende señor juez,  por qué no  pude resistirme a coleccionar penes?

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