lunes, 14 de diciembre de 2015

Breakfast a Tiffany´s, por MERCHE HAYDÉE MARÍN TORICES





“Érase una vez una bonita y escuálida muchacha, vivía sola, exceptuando un gato sin nombre”.


Desayuno con Diamantes” es más que una película. Y no es porque fuera galardonada con los Oscar a la mejor actriz, mejor guión adaptado, mejor dirección artística, mejor banda sonora y mejor canción, “Moon River”. Audrey Hepburn representa y seguirá representando durante décadas la esencia de ser mujer. Es hermosa, por dentro y por fuera, destila sentimiento, dulzura, elegancia, vulnerabilidad, belleza, desatino y armonía al mismo tiempo, es más de lo que cualquier blogera de moda pueda ser nunca, es más que un mito; es una mujer que ha sabido aprovechar la vida en todas sus manifestaciones y es en esta película donde da rienda suelta a todo su ser. Porque ella no actuaba, era, simplemente Audrey.
Blake Edwards dirigió este drama-comedia, sin saber la trascendencia que tendría en el mundo de la moda, de la elegancia, del peinado y de los sentimientos. Es esa pequeña gran obra de arte que algunas desempolvamos en los días de lluvia.
No es fácil hablar de joyas y huir de la frivolidad pero este filme lo consigue. Todas hemos querido emularla, con sus vestidos bien encajados en su fina cintura, con los grandes sombreros y las redondas y enormes gafas de sol que siguen siendo icono de diseñadores. Todas hemos querido contemplar el escaparate de Tiffany`s y traspasar el umbral para contemplar los diamantes.
Pero lo magistral de esta obra es la fotografía, y, sobre todo el guión. Me quedo con estas dos frases:
“-Escuche ¿sabe cuándo uno pasa por los días rojos?
 -¿Los días rojos quiere decir deprimidos?
 -No. Te deprimes cuando engordas o cuando llueve mucho. Te pones triste eso es todo. Los días rojos son horribles. De repente uno tiene miedo y no sabe por qué.
-Por supuesto.
-Cuando me siento así, lo único que me ayuda es subir a un taxi e ir a Tiffany`s. Me calma los nervios enseguida. Es tan silencioso y soberbio. Allí no puede ocurrir nada. Si encontrara un lugar que me hiciera sentir como Tiffany`s entonces compraría muebles y le pondría nombre al gato”.
“Entonces compraría muebles y le pondría nombre al gato…”, magistral; aquí se resume la necesidad de toda mujer de construir su palacio, de ser dueña de sus almenas, de llamar por su nombre a las cosas que amamos. Pero esto no ocurre hasta que nuestro interior está lleno de amor. Ese es el terrible drama de nuestra protagonista. No es un amor de príncipe que cabalga sino amor a lo cotidiano, orgullo de ser cómo somos, de saber acariciar cuando alguien lo necesita, de entender nuestra soledad como canto a la libertad y a la inspiración, de confundir a nuestros amores del día a día con olores, con sabores, con delicias que sólo una mujer sabe dar.
 “Nena, tú estás metida en una jaula. Tú misma la construiste. Y tus límites. No importa a dónde huyas, siempre acabarás tropezando contigo misma”.
Dentro de cada mujer hay una joya, da igual su tamaño, su color, su forma, su nombre, de dónde venga o quién nos la dio, o si la compramos para nosotras mismas o si la heredamos de una bisabuela coqueta. Esa joya es la puerta que abre a nuestros anhelos, a nuestros sueños, a la vida que queremos vivir, a la libertad soñada, a la posibilidad de volar con la imaginación.
Yo tengo en mi joyero un conjunto de aguamarinas y plata muy sencillo, dos pendientes y un anillo, que, aunque me los ponga estando desnuda, me siento vestida. Porque es mi piedra favorita, porque me la regalaron con amor, porque me hace sentir querida y admirada como mujer. Eso es el escaparate de Tiffany`s, la búsqueda de cada una de nosotras. La realización de nuestros sueños, la esperanza de que pase lo que pase siempre estarán las aguamarinas en su caja de terciopelo para recordarme que alguien me quiso, que alguien me querrá, que yo me quiero.
Como bien dice la canción de la película la vida es un río, que fluye y no se para, que limpia y purifica, que mansamente nos lleva y tenemos que dejarnos llevar, romper nuestras pequeñas jaulas y remar sin rumbo pero seguras de que el puerto que nos aguarda es hermoso. Sólo de esa manera vayamos donde vayamos no tropezaremos con nuestros dolores del alma porque se los habrá llevado el río para cambiarlos por una sonrisa.
Recuerdo esa imagen tan neoyorkina de Holly Glightly contemplando los diamantes y saboreando un café y donuts, tras una noche de fiesta. Ni doscientos capítulos de “Sexo en Nueva York” han sabido reflejar de ese modo la intensidad de la aventura de ser mujer.
Toda la película está plagada de metáforas, de fábulas, de emociones encontradas que giran y se cierran alrededor de un diamante.
Yo aún no he encontrado el mío, pero sí otras piedras preciosas en el camino que me llevan hasta él, el más puro, el más transparente, el más perfecto; vamos aprendiendo lecciones de vida y consiguiendo nuestras piedras preciosas, que nos hacen perder el sentido del ridículo y cantar de amanecida de mañana, colocarnos el sombrero más extravagante y reírnos de nosotras mismas.
No sé cómo será encontrar el diamante pero merece la pena por lo divertido y enriquecedor que es ir hasta él.
Moon River,
Río de la luna, más de una milla de ancho
Te voy a cruzar a la moda algún día,
Viejo creador de sueños,
Destrozador de corazones…
A donde quiera que vayas,
Yo sigo tu camino.


Dos vagabundos, para ver el mundo
Hay tanto mundo para ver
Los dos buscamos el mismo arcoíris
Que nos aguarda al final de la curva…
Mi fiel amigo
El río de luna y yo.











Río de luna, más de una milla de ancho
Te voy a cruzar a la moda algún día,
Viejo creador de sueños, 
Destrozador de corazones ...
Adondequiera que vayas,
Yo sigo tu camino.

Dos vagabundos, para ver el mundo
Hay tanto mundo para ver
Los dos buscamos el mismo arco iris
Que nos aguarda al final de la curva ...
Mi fiel amigo,
El río de luna y yo.

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