El vuelo
El taxi dio demasiadas vueltas para
llevarme al aeropuerto. Se entretuvo más de la cuenta por calles que no
conocía. Llegué con la hora justa para tomar el vuelo. Incluso las azafatas
tuvieron que ayudarme a colocar el equipaje de mano en los compartimentos
superiores. Como un elefante en una cacharrería, fui chocando con los
reposabrazos de los asientos y con algunas manos de los pasajeros hasta que,
encontré mi sitio al fondo del aparato, el último asiento disponible. Me puse
rápidamente el cinturón de seguridad y le pedí un vaso de agua a la primera
azafata que se acercó a mí para preguntarme si estaba cómodo. Coloqué una
pequeña almohada detrás de mi nuca y me quedé dormido. Entresueños, oí una voz de mujer que me decía: ¡Señor, hoy
no va a salir ningún avión! – e inmediatamente me desperté tumbado sobre unas
incómodas sillas de plástico, en la sala de embarque de un aeropuerto alemán, donde
esperaba el vuelo que había sido anulado hasta nueva orden, por culpa de las
humaredas del volcán islandés Grimsvötn.
A duermevela
El
tiempo, que transcurría en mi cerebro a cámara lenta, se había detenido en mis
ojos como un animal disecado. Todos los relojes catalépticos marcaban la misma
hora detenida en el mismo minuto. Inmóviles, las agujas infectadas de afonía, acentuaban
la sensación de incertidumbre y desconcierto. No sabía qué hacer con aquel
aburrimiento, cuando una voz metálica interrumpió el silencio sepulcral de la
noche.
– La muerte no es el final, querido amigo. Al
contrario, es el comienzo de una trepidante aventura que te coloca de nuevo en
el epicentro del Universo, justo en el corazón del Big Bang. No temas la muerte,
no te aferres a esta vida efímera, no creas a pies juntillas las verdades que
has aprendido tal y como te las han enseñado los mentirosos cinco sentidos que
ahora tienes. La muerte es sólo un medio de transporte, el faro que orienta en
la oscuridad de este agujero negro. Al otro lado te aguardan nuevas dimensiones,
múltiples y refinadas capacidades que te permitirán alcanzar una sabiduría más
exacta acerca de todo lo creado. Cuando cruces el puente que separa lo eterno de
lo fugaz, descubrirás otras pasiones mucho más crónicas y adictivas que las que
ahora sientes. El Cosmos entero se postrará a tus pies y te convertirá en parte
de sí mismo para siempre, porque ya sabes que la energía ni se crea ni se
destruye, solo se transforma y te fagocita, como sucede con las ninfas.
– ¿Quién eres? ¿Dónde estás? – dije tragando
saliva con dificultad y frotándome las manos con nerviosismo.
–
Yo soy La Luz que ilumina cada mañana y La Sombra que oscurece cada tarde. Soy La
Materia y también El Espíritu. Soy Todo y Nada al mismo tiempo. La Fe y La Duda,
El Antes y El Después, La Voz y El Silencio. Soy la casa y quien la habita. Simultáneamente
estoy aquí y allá, dentro de ti y también fuera. En todas partes puedes
encontrarme y en ninguna. Puedes verme en el jardín y en el trastero, en el
camino y en la posada. Estoy cuando quieres verme y cuando no. En cualquier
lugar mi presencia y mi ausencia te sirven de cobijo por igual. Yo estoy en ti y tú estás en mí. Yo Soy el que
Soy. El Único, el más grande y verdadero.
– ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué solo yo puedo
oírte? ¿Qué hago metido aquí dentro de este rectángulo? – grité mientras la desesperación se apoderó
de mi.
Sobresaltado,
preso de la taquicardia y con la adrenalina desbordándose por cada poro de mi
piel, abrí los ojos de golpe y volví a sentir la respiración en mis pulmones.
Sin más aviso que una brisa fresca que, atravesó la estancia, aquel resplandor
desapareció de repente. La voz cesó y aquel bienestar incómodo, pero a la vez
excitante, dio paso a una tranquilidad extrema, casi irreverente. Entretanto,
en la sala número tres del tanatorio municipal, todos dormían; mientras el
único que parecía estar despierto era yo, el difunto. ¿Quién ha dicho que la
vida es sueño? El verdadero sueño es la muerte y su manto de estrellas que nos
cubren con su frío sombraje. Los sueños son el cielo de las utopías y su
atuendo; sin embargo, el infierno, podría compararse con el agónico devenir de
las pesadillas y su ropaje de insomnio.
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