Sentidos al rojo vivo,
escritos
en la pizarra
como veredas de tierra
que tras
la lluvia
remueve los fluidos
de pies a cabeza
y entregan un mensaje,
un deseo.
La caligrafía de los sentidos
tras oler el pachuli
en la distancia, entre la timidez
y el cuello del poeta,
con el idioma exacto
que nace del enigma
del giro del derviche,
una mano hacia la tierra
otra al infinito.
Y vislumbra entonces
el tacto de la luz
que abre la boca
a la virginidad de las cerezas
antes de morder el rojo
que alberga
el universo fugaz de todos los sentidos.
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