Cuando
la adversidad golpea sin previo aviso.
Cuando
la desgracia se ceba, inmisericorde.
Profundo
pozo, oscuro abismo.
Amargo
trago. Dolorosa pérdida. Inesperado abandono.
Sobrevenido
fracaso. Agria derrota. Descalabro monumental.
El
equilibrio emocional se rompe cual pompa de jabón
sometida
a incomprensible presión interna.
Y
surgen las preguntas, cual mazazos,
que
destruyen, implacables, cimientos vitales.
¿Por
qué?. ¿Qué hacer?. ¿Cómo superarlo?.
Y
las respuestas nos agobian, nos aturden.
“No
puedo”. “Es imposible”.
“No
hay nada que hacer”. “Me rindo”.
Periplo
contra corriente por ríos de ansiedad,
precipicio
hacia la destrucción de la autoestima.
La
incertidumbre se ceba en el alma,
haciéndonos
vulnerables, anulando toda confianza.
El
sufrimiento derrota nuestra resistencia.
El
dolor abate a cañonazos la fortaleza que nos albergaba.
Batalla
perdida, toalla arrojada a los pies del conformismo.
La
evocación del trauma se convierte en nuestra rutina.
La
desesperanza, hiel compañera.
Desazón,
no hay tripas ni corazón que te resistan.
Negra
sombra del fracaso, anhelo marchito.
Soledad
funesta, sombrío abatimiento.
Insondable
sima depresiva que enraíza en lo más íntimo.
Y
próximos ya al límite de nuestras fuerzas,
cuando
el lamento fácil es patológico,
algo
hace despertar nuestro interés,
nos
invita de nuevo a ilusionarnos, a reescribir el guión,
añorados
fotogramas rescatados a la alegría.
La
entropía se torna empatía.
Sutil
luciérnaga de esperanza que nos guía en la oscuridad.
Entereza
orgánica como tela de araña sináptica,
busca
resquicios mentales para sobrellevar, a duras penas,
adversidades
y partidas sin retorno.
Caprichoso
camino de positiva introspección,
perseverancia
de sublime tenacidad,
Ejercicio
de integridad y superación,
que
transforma la debilidad en entereza.
El
dolor no te hará más fuerte, sino más humano,
aflorando
sentimientos dormidos, camaradería necesaria.
Flexible
cual junco que soporta con humor los embates del viento.
Renovada
capacidad de adaptación para afrontar nuevos retos.
Finalmente,
la normalidad toma las riendas, impetuosa,
para
resurgir con un renovado propósito de vida.
Es
tiempo de volver a soñar, sentir, vivir.
Futuro
prometedor.
Si
no fuera por la resiliencia...