Otra mañana que me levanto
cuando el reloj hace su intención
que vaya a la oficina;
que compre de camino unos pasteles
en la panadería que ya ha cerrado
como tanto otros negocios de barrio.
Que mire los carteles,
que ofrecen trabajo a dependientas
mayores de
treinta
y con cargas familiares,
dispuestas
a incrementar el índice de natalidad,
en la seguridad que no las despidan.
También miro con alegría
las tiendas nuevas,
los jóvenes emprendedores:
todos venden, todos comen
todos compran.
No hay cartel
alguno de piso en venta,
ningún
mendigo ya
en el cajero del banco.
Hace buen tiempo y me detengo
unos minutos en el parque,
y los banqueros han propuesto un monumento
a los señores que donaron sus ahorros
de toda la vida.
Ni se me ocurre pensar
en el cambio climático,
el destrozo de este planeta,
en los niños- soldado,
en el reparto desigual de la riqueza,
en la violencia ni en las víctimas…
Cuando suela el reloj,
me levanto y voy a mi oficina
en la segunda Avenida de la Luna.
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