La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

viernes, 14 de noviembre de 2014

ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 17, 15 de noviembre de 2014 "La primera vez"


Revista ABSOLEM, editada en Guadix (GRANADA) por la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La Oruga Azul", 
laorugazul2013@gmail.com
ISSN 2340-8634



SUMARIO




Diseño de PORTADA, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN.



DIBUJO:




ARTÍCULOS: 




RELATOS: 







POEMAS: 
















La pionera, por MARÍA PIZARRO.



Eran tus pechos de niña
como los míos, turgentes.
Y tu falda tableada
para saltar a la comba,
una cometa al vuelo.
Y ver crecer las hormigas,
besarnos en los labios,
la cucaña y el sexo
estrellas, campo abierto,
sólo  juegos. Eran juegos…
Te amaba de niña a niña.
Y te  querría viva ahora,
con mi saliva cálida.
El miedo, el tiempo,
la mala  muerte, suerte,
eclipsa lo que uno ama;
si no lo ves hermoso,
lo  hermoso de la tierra,
Como dijo  la pionera
Safo, poeta en Lesbos.

Su nombre, por ALICIA MARÍA EXPÓSITO.

 

Pintura de Michael Cheval

Apenas si recuerdo 
su nombre y su figura, 
el instante preciso 
en que dejó mi vida
 definitivamente.
Su rostro 
me aparece mutilado 
en el descolorido paraje 
del recuerdo.

He olvidado su nombre.
Pero su aroma no.
Su aroma fresco 
de mañana clara.
Buscábamos entonces 
arboledas perdidas, 
senderos escondidos 
para lucir los besos 
aún sin estrenar,
 juegos de adolescencia 
casi recién llegada.

¡Qué enorme es esta herida 
de inquietante ternura 
que subyuga un presente 
entristecido!

Hoy que me siento sola, 
que he corrido mil veces 
las esquinas del tiempo, 
hoy que todo parece 
más grande y más terrible, 
tengo el dolor pequeño 
de no poder sentir 
su nombre entre los labios; 
y la alegría 
de aquel beso a escondidas 
que me dejó en la boca
 un sabor agridulce 
de campo y de camino.

Será un pájaro azul, por ANTONIO PELÁEZ TORRES.

Pintura de ORIA


Aherrojado a mis recuerdos
 transito de mi vacua existencia
 hacia la nada, en la barcaza
desguazada de la desesperanza
nada se atisba que no haya existido
y nada ha existido fuera de mis recuerdos
ni nada es más real que mi olvido
presiento  una calle hacia mi infancia
que se desmiembra en otras muchas
donde se pierde la memoria
y en donde se amalgaman como pétalos
apenas abiertos los ancestros de la humanidad
allí empieza con un flagelo el movimiento
desentumezco los entusiasmos
e imploro misericordia a los relojes
de la inexorable eternidad
porque cuando creo haberme encontrado
solo vislumbro como un reflejo de horizontes
que en vertical acechan a mi otro yo reverberaciones
del que no existe
fuera de mí
o eso creo insensible apostasía.

5708BHD, de LUIS LÓPEZ-QUIÑONEZ RUIZ.


Pintura de Salvador Dalí.

Aunque antes hubo otros
tú fuiste el primero que sentí,
como elección, como orgullo de dueño
y como fruto del sudor de mi esfuerzo,
con tu foto en un catálogo te espere
y llegaste el primer abril del milenio
con tu cuerpo gris plateado
y un corazón azul eléctrico,
desde entonces y hasta la fatídica mañana
de este octubre de vísperas y urgencias,
en que te subieron aquella grúa grasa y cruel,
fuiste testigo, cómplice y compañero…

Tu trajiste a mis hijas a su hogar
desde aquel hospital de La Paz mal llamado,
y fuiste tú el que las llevó a la Escuela
día tras día desde la vez primera,
en tu interior tantas veces refugio
casi no cabía mi madre y su peineta,
con su condición de madrina a estrenar
y yo a la búsqueda de mi libro de familia,
tú nos llevaste la primera noche
al hogar que juntos construimos
con el estado civil casi impoluto
y con aquella fe en el ser humano.

¡Tanta ilusión transportaste ! ,
¡ tanta rutina condujiste !,
¡ tantos sueños y decepciones !
que el tiempo te fue resquebrajando,
hoy que yaces como chatarra
y perteneces al cielo de los recuerdos
te presto el alma por un momento
para que sientan tus ajados huesos,
que en mi imaginario grabo la imagen
de tus cuatro números y tus tres letras,
como una vida que ya no existe

y un pasado que se me aleja.

El amor es un latido del universo, por INMACULADA JIMÉNEZ GAMERO.


Vladimir Kush


   Entró en aquella vieja librería atraída por el olor añejo de los libros.      Las estanterías abarrotadas soportaban el peso de los siglos y parecían ceder al insoportable soborno de los años. De entre unos estantes del pasillo central le pareció ver una luz iridiscente que en unos segundos desapareció. Movida por la curiosidad de aquella extraña luminosidad, fue acercándose, y una vez situada frente a donde había creído verla asomó la nariz pero no vio otra cosa  que no fuesen libros y más libros de autores clásicos españoles.
   Contemplando aquellos maravillosos volúmenes de tapas gruesas en color vino, con sus nombres impresos en oro, se percató de que entre dos de ellos sobresalía unos centímetros de lo que resultó ser:  ¡dos entradas para el Gran Teatro del Liceo, la Traviata de Verdi,  día veinticinco,  sólo faltaban dos días para tan importante acontecimiento, qué maravilla!. Si se las quedaba podría asistir a una de las operas más importantes de todos los tiempos. Siempre había soñado con poder ir al Liceo, era un sueño que se encontraba en sus manos, tembloroso y de papel brillante.
Decidió salir a toda prisa, miró de reojo por si alguien pudiera verla, el pasillo se le antojó más largo y las campanillas de la puerta le sonaron más intensas que cuando entró.
   Apresurada calle abajo caminó varias manzanas. El corazón le golpeaba el pecho, y su respiración jadeante se fue aminorando a medida que redujo la velocidad de sus pasos. Continuó caminando mientras iba dándole vueltas a la cabeza sobre si estaba bien lo que acababa de hacer, de si era un delito, o simplemente encontrar algo que no es tuyo se podía considerar apropiación indebida. Decidió entrar en una cafetería mientras continuaba con sus cavilaciones,  estaba cansada y sedienta, y pidió un refresco. Intentó poner en orden lo sucedido, ya que le parecía haber vivido una escena de algún cuento o leyenda en la que ella era la protagonista, no se lo podía creer.
    A los pocos segundos la llamó Oscar, el celoso de su novio.  Le preguntaba qué dónde se había metido, y la reprendía por su tardanza.   Mantuvieron una acalorada discusión que mucho se temía iba a ser la última, siempre la quería tener controlada, se sentía en constante tensión por sus reacciones y sabía que él no era el hombre de su vida.
Lucie era francesa de origen español, sus padres emigraron a    Paris después de casarse, pero ella había vuelto a Barcelona para estudiar Historia del Arte. A los dos meses de llegar conoció a Oscar, de eso hacía ya dos años, y al poco tiempo empezó a detectar su carácter posesivo.
   Al principio todo fue de color de rosa, detalles y detalles que a Lucie la sedujeron y enamoraron, pero las cosas habían cambiado y ya no era como antes. Ya se lo decía su madre. -Este chico no te conviene-.       Definitivamente,  ni su educación liberal, ni su forma de ser le permitían compartir la vida con alguien que no confiase en ella.
   Enfrascada en la discusión, y entre tira y afloja, salió de la cafetería.  Anduvo sin noción mientras discutían, hasta que no pudo más y gritó,  -¡se acabó, no quiero saber nada más de ti, hace tiempo que quería decírtelo, no te aguanto en mi vida,  la merde!,  y colgó sintiendo un gran alivio.  Caminó dirección al mar con la rabia entre los dientes y gritando para sí… ¡Idiot, jaloux…!.
   Después de cruzar el Paseo de Colón, casi llegando al puerto se dio cuenta que había olvidado el libro de Benedetti que estaba leyendo, y con él las entradas que había colocado en su interior. Corrió Vía Laietana arriba a toda prisa.
     
    El libro se encontraba sobre la mesa cuando él tomó asiento para pedir un café, no pudo evitar abrirlo, le gustaba Benedetti,”Vivir adrede”.  En algunos de los márgenes, notas a lápiz que parecían escritas por una mujer por su dulzura y sutileza. Una de ellas decía… “Vivir en el abandono de la cordura, con la suerte de costado y un mundo extraño calándote los huesos”,  y otra “En el deterioro del tiempo, deshidratadas las piedras, angustiadas del olvido las raíces que pelean por vivir. La vida sigue en la otra calle, juegan los niños y la ropa tendida es zarandeaba por el viento que acaricia los colores de sus telas”. Se acercó el libro a la nariz, e inhaló el perfume que desprendían sus páginas. Tenía la costumbre de oler lo que le gustaba, era como hacerlo suyo.

   Le atrajeron aquellas notas llenas de ternura.  ¿Cómo sería aquella mujer?,  se preguntaba mientras seguía ojeando sus páginas. ¡Dos entradas para el Gran Teatro del Liceo!, aquello le confirmaba que aquella mujer era especial. Tenía que regresar al trabajo, pero no podía dejar en manos de cualquiera aquel libro olvidado y lo que contenía en su interior, decidió llevárselo y encontrar a toda costa a su propietaria.
   Antes de salir, mientras pagaba la cuenta le preguntó a la camarera si había visto a la mujer que se había sentado en aquella mesa antes que él. La camarera, coqueteando,  le contestó que era alta, rubia, y con acento francés, que era lo que mejor recordaba de ella.
-Muchas gracias, dígale que tengo su libro-
                     

    Lucie llegó jadeante a la cafetería, se dirigió rápidamente a la mesa que no estaba ocupada, pero no encontró su libro, en su lugar había una carpeta que contenía unos planos de muebles, y una tarjeta de visita: Reformas en general “Hugo” especialistas en carpintería. Preguntó a la camarera si recordaba a alguien que hubiese ocupado aquella mesa después de que ella marcharse, ya que había olvidado un libro muy importante. La camarera sorprendida,   le contestó que había sido un hombre moreno, de unos cuarenta años, y muy guapo,  -le dijo en voz baja y con una risueña complicidad, para después añadir,  que él también había preguntado por ella y que llevaba un libro en la mano.
   Decidió llevarse lo que encontró y llamar al teléfono que indicaba la tarjeta de visita, pero al darse cuenta que la dirección estaba solo a dos calles, optó por acercarse hasta allí. Cuando llegó permaneció unos minutos observando el edificio. La fachada era decadente, con desconchones que dejaban ver el cemento en gran parte de ella. La puerta carcomida de polilla, golpeada, y rayada por avatares del tiempo, dejaba ver más de tres capas anteriores de pintura, hasta llegar a la actual que era de color marrón. Los pequeños cristalitos separados por listones deteriorados, dejaban adivinar múltiples retales de maderas y aglomerados colocados en el suelo, de mayor a menor.
-Calle de la Nau, 25.  El número veinticinco otra vez se repetía, era el mismo día que se celebraba la obra de la Traviata, en numerología el veinticinco es igual a siete, el siete es mi número de la suerte, qué supersticiosa soy, -pensó ensimismada.
   Decidió entrar  y a los pocos segundos salió un hombre de pelo blanco y ojos muy azules, quien muy afable y atento le preguntó. - ¿Qué necesita?-    
   Ella balbuceó unos instantes y respondió,  -necesito averiguar quién puede ser el dueño de esta carpeta, la olvidó en la cafetería “Pasado”, he de entregársela y hablar con él, ¿puede ayudarme con los datos que hay en ella?
    El hombre miró los planos durante unos segundos y contestó. 
-Sí, es Manuel Ibar el arquitecto, me encargó unos trabajos de ebanistería. Está trabajando en el diseño de una casa y cuenta conmigo para la fabricación de unos muebles de cedro rojo. Volverá mañana para traerme unas plantillas, es puntual, me dijo que vendría a las seis de la tarde….
-¿Quiere que le diga algo señorita…?.
No gracias…es complicado…yo estaré aquí a esa hora –dijo Lucie.
   Salió de la carpintería con el olor penetrante de aserrín tapándole la nariz. Le recordó a su padre, ebanista muy apreciado en el barrio Sacré Coeur de Paris, donde vivían.  No había vuelto a oler así desde que su progenitor cerró el taller de Rue Muller por la enfermedad que acabó con él. Su queridísimo y adorado papa, se emocionó al recordarlo en aquel banco donde pasaba las horas trabajando. Tuvo que enjugar sus lágrimas al recordar las vivencias a su lado y el esmero con el que le explicaba todo lo relacionado con el arte, las características de las  maderas y sus virtudes para la fabricación de los muebles. Su infancia estaba impregnada del aroma a tablones recién cortados, el mismo que había vuelto a revivir.
Manuel Ibar, Manuel suena muy bien, en francés  Emmanuel…
-¿cómo sería Manuel?
Por su nombre y por su profesión intentó hacerse una idea preconcebida.
Pero ella lo que quería era recuperar sus entradas para la opera, mañana volvería a la ebanistería a las seis de la tarde.

Despertó con el nombre de Manuel en la cabeza, como un cántico incesantemente repetido, se imaginó sus ojos, sus manos, su voz. Calculó el momento de encontrarlo, de presentarse, de mirarse…
-¿No se estaría enamorando de un desconocido… y si después de todo resultaba no ser el hombre que estaba imaginando? ¡Basta Lucie, deja ya de soñar, no cambiaras nunca!   –Se reprendió a sí misma.

  Eran casi las cinco y salió a la calle decidida a pasear mirando tiendas, mientras se aproximaba a la ebanistería.
Paseó  entre la gente que iba y venía apresurada. La terraza del bar Zúrich repleta de personas que hablaban animadamente de sus cosas, parejas, amigos que se encontraban después de mucho tiempo, turistas, estudiantes con libros y tecleando sus teléfonos móviles, bohemios tomando notas.

   Cada vez más cerca de su destino empezó a ponerse nerviosa. Todavía faltaban diez minutos para la seis y se encontraba a pocos metros de la calle. Cuando llegó, la puerta permanecía cerrada, miró por uno de los cristalitos pero no vio ningún movimiento y dudó si abrir el picaporte.  Iba a tocar el timbre redondo y antiguo sujeto por dos tornillos oxidados, cuando una mano le acarició el hombro y al mismo tiempo escuchó decir. – ¿Señorita?
   Se giró sobresaltada con el portapapeles sujeto entre ambas manos, y se encontró con Hugo, el señor afable que la atendió tan gentilmente el día anterior, quien le dijo:   -Buenas tardes señorita,  Manuel Ibar no ha podido venir ésta tarde,  vino antes del medio día, y al explicarle que usted había estado aquí me dio esta nota para que se la entregase. 
   Entre confundida y decepcionada cogió la nota sin saber que decir y tardando varios segundos en reaccionar, contestó:
-Bien… gracias, la leeré… hasta pronto-.
   Y se fue alejando del lugar mirando el sobre un poco contrariada,  sin saber que pensar.
Al cabo de unos metros se detuvo, y apoyándose en la pared abrió el misterioso envoltorio con nerviosismo, sacó la nota que había en su interior y pudo leer lo que decía.

“Espero encontrarte mañana en la puerta del Liceo media hora antes del comienzo de la obra, si quieres la veremos juntos, de lo contrarío nos devolveremos lo que es nuestro. Llevaré una bufanda color naranja y tu libro en la mano, espero verte con un foulard rojo y mi carpeta”.

   Era una bonita caligrafía e intentó poner en práctica lo que recordaba de un curso intensivo de grafología que hizo varios años atrás. Orden, tamaño, inclinación, sobre todo el rasgo inicial y rasgo final. El primero o nacimiento del impulso, el arranque de la acción por parte de quien la escribe y el final o alcance de objetivos y metas.  Y la firma, considerada por algunos autores como una biografía abreviada.
   Lucie repasó dos veces más lo que había leído con el corazón un poco acelerado.
-¿Por qué querría Manuel ver la Traviata con ella, sería un enamorado de Verdi?, -pensó. ¿Sería una broma de mal gusto y sus intenciones nada tendrían que ver con lo que ella imaginaba, o sería un mismo latido reciproco, queriendo que se unieran?
Siempre tan soñadora… -Le decía su padre.
Tendrían que pasar casi veinticuatro horas para descubrirlo. 

   Decidió ponerse el vestido color malva. Lo compro en Rue Veron, en una tienda vintage situada en el bajos de la casa donde vivió Edith Piaf.  Fue el fin de semana que su prima Amélie la visitó para salir de compras, y merendar por el barrio de Montmartre.   No se lo había puesto nunca a pesar de lo mucho que le gustaba, en realidad no había encontrado el momento para lucirlo y aquella era la ocasión ideal.
Velada en el Liceo con un hombre enigmático que la seduciría, siempre había sido una romántica empedernida.

   La noche era el escenario de la armonía, dentro del vestido se encontraba cómoda y a la vez sugerente, se había maquillado un poco más de lo habitual, pero Lucie no necesitaba nada artificial para ser una belleza. Sus ojos brillaban con la transparencia de la miel y su pelo lacio se movía resbalando por su espalda. Decidió ponerse unas manoletinas, un tipo de calzado cómodo y sin tacón, proveyendo no resultar demasiado alta para Manuel.
   La temperatura era la previsible para los comienzos del verano y resultaba muy agradable. Estaba nerviosa, sus pasos eran acompasados, intentando dirigirse con una calma sostenida. Se encontraría con él, con un hombre que no conocía, que no había visto nunca, y del que tenía muy pocos datos. No dejaba de sorprenderse a ella misma, pero a veces actuaba movida por los impulsos que le dictaba su corazón.
A medida que se aproximaba a su destino sus pasos eran más inseguros,  deseaba el encuentro de película que siempre soñó, pero su parte racional le decía que podía encontrarse con una gran decepción.
…–De todos modos, él tenía las entradas del Liceo, era la obra que deseaba ver, y nada tendría que perder. - Se dijo.  

   Ya solo faltaban treinta minutos para el comienzo de la Traviata, miró calle arriba y a unos metros vio un hombre con una bufanda naranja acercándose hacía ella. Desde ese momento y hasta que se tuvieron frente a frente, ninguno de los dos retiró sus ojos del otro. Se presentaron con cierta timidez mientras se escudriñaban mutuamente.    Por fin se habían encontrado.

   La obra fue todo un éxito, Ángela Burlacu considerada la mejor Violeta de los últimos años levantó el Liceo de aplausos y ovaciones.  Mientras Lucie, emocionada, secaba sus lágrimas a modo de disimulo, y Manuel  la miraba de soslayo sintiendo una ternura tan especial, como lo era aquella historia del encuentro entre ambos.
   Los presentimientos de los dos no pudieron tener mejor resultado, el amor como un latido del universo los había unido, y la pasión hizo el resto.
   Se lo contarían a sus hijos, y éstos a su vez a los suyos, pero la mayor incógnita, y la pregunta no contestada, fue saber quién olvidó las entradas entre los libros.
Quizás algún día lo averiguasen.


Mis primeros dibujos, por MARÍA FERNÁNDEZ MONTALBÁN "YEDRALINA"

   Bueno pues mi primera vez con estos "pinceles" que utilizo, fue algo así, en plan rudimentario,  y con la idea y una curiosidad autodidacta, por averiguar cómo se hacia una imagen animada. 

   Mi primer trabajo trabajoso, en 2003, fue mi pequeña chulapilla (a excepción de la cara, toda pixelada y creada por mi) una noche sin dormir me costo, pero la conseguí pixel a pixel, y creo que con ella cierto punto de serenidad que hasta entonces desconocía en mi. 



La primera fotografía, por TORCUATO HERNÁNDEZ GARCÍA.


Siempre hay una primera vez en todo. Mis colegas habrán desarrollado algunos temas más profundos o más poéticos.
Yo voy a relataros como fue mi primera vez con....
Era casi un zagalillo cuando empecé mi primer año de bachiller. Por las tardes me iba a un edificio con una portada de piedra que fue antes seminario y que en otros tiempos estuvo unido por un arco con la casa donde vivíamos.
Allí me llevaron mis padres por consejo  de varios profesores amigos suyos. Era otro centro de estudios. Creo que me llevaron por si no servía para estudiar, como antes se decía, al menos aprendiera un oficio: carpintería, forja, cerámica,.... Sí, estais pensando bien, era la Escuela de Artes y Oficios, en plural.
Iba compaginando mis estudios y aprobaba los cursos de bachiller por libre en el instituto Padre Suárez de Granada. A la vez empecé los de Graduado en Artes Aplicadas que también iba sacando. Estuve dudando entre la Carpintería y Ebanisteria y el Vaciado. Al final me decidí por este último.
Antes de seguir os diré que era un centro mixto en las asignaturas comunes, o sea, había alumnos de ambos sexos cuando en la escuela, bachiller y magisterio había una estricta separación por sexos. Ya en los talleres, había unos claramente para hombres y otros para mujeres, carpintería y forja hombres; corte y confección y labores, mujeres. Desconozco si era por imperativo legal o porque estaba mal visto a un hombre bordando y a una mujer en carpintería. De hecho las “niñas” salían un cuarto de hora antes que los “niños”. Con lo que no contaba la dirección del centro es que en la Placeta de la Catedral nos esperaban a que saliéramos a terminar la charla empezada en los pasillos y regresar acompañadas a casa.
Volvamos a mi relato. Cuando me tocaba taller de vaciado me enfangaba con la escayola, haciendo moldes, sacando copias en barro o en escayola y llegaba a mi casa con más de un refregón o pegote blanco incrustado en la ropa lo que me acarreaba la correspondiente regañina de mi madre. No había lavadoras ni agua potable en las casas. A mí tampoco me atraía mucho eso de los moldes por lo que cuando podía me fumaba las clases con lo que me ahorraba la regañina por la ropa.
Un año de aquellos era noticia que iban a montar un taller nuevo. Efectivamente, ese taller empezó a funcionar con pocos alumnos, no había mucho espacio. Lo situaron al fondo de un largo pasillo en la segunda planta a la que los varones teníamos vetada la subida o al menos restringida. Allí estaban los talleres de las mujeres.
Una tarde, porque se me ha olvidado decirlo la Escuela de Artes era nocturna, hago un inciso: sé que a los profesores no les gustará pero había que replantearse el darle utilidad por las tardes con cursos monográficos; otro colega y yo nos atrevimos a hacer una excursión al piso de arriba a inspeccionar el nuevo taller y de camino a echar un vistazo a las alumnas que siempre había alguna por allí, por eso de ir al servicio, de dos en dos. Cuando llegamos a la entrada del taller, dio la casualidad que el profesor no estaba allí por lo que los alumnos nos facilitaron la entrada. Era una habitación oscura, iluminada solamente por unas bombillas rojas. Allí no veíamos nada por lo que el misterio era mayor. Poco a poco nos fuimos acostumbrando a esa luz y pudimos distinguir unas máquinas que  proyectaban  hacia abajo unas imágenes muy raras, cubetas con líquidos, pinzas, y un olor especial que aún lo tengo grabado y que identifico sin lugar a dudas (ácido acético). Os lo habréis imaginado ya, era el laboratorio de Fotografía.
Lo de las luces rojas del Bárbara vino después, pero eso fue otra primera vez........
Ésta no es la que quiero contar, es otra, mágica entonces para mí y fue el ver como cuando llegamos acababan de introducir en una cubeta con liquido un papel rectangular en el que al cabo de poco tiempo empezaron a aparecer unas manchas que se iban oscureciendo hasta formar una imagen que yo asombrado contemplaba. Cuando vieron que estaba en su punto la pasaron sucesivamente a otras dos cubetas con líquidos distintos hasta que pudieron encender la luz blanca y contemplar el resultado de su trabajo, una estupenda fotografía en blanco y negro de 50 x 60. En ese instante me di cuenta de que aquello me gustaba más que la escayola y cada vez que podía me escapaba al laboratorio donde sin estar “apuntado” era uno más.
Así nació mi pasión por la fotografía con las cámaras que nos prestaban a los alumnos. Aquellas cámaras no tenían ni exposímetro ni nada. Disparábamos a ojímetro guiándonos por los dibujos que venían en las cajas de película: sol, sombra, nublado, lluvia, etc. y, como mucho, 36 exposiciones que había que pensar muy bien en que se iban a gastar. Enfoque manual de telémetro partido o lente de Fresnel y luego rezar ante la incertidumbre del revelado del negativo que se hacía a tiempo y temperatura, echarle una primera ojeada y dejarlo colgado de un cordel para que el día siguiente estuviera seco. Añoro aquellos tiempos y forma de fotografiar. Las tomas eran más estudiadas y elaboradas. Ahora con una tarjeta tomamos cientos de instantáneas y vamos eliminando las malas. Antes te las “tragabas todas” y a lo mejor se salvaba alguna, eso contando que no te hubieras equivocado al cronometrar el tiempo de revelado y el carrete saliera en blanco o  en negro que sin secar ni nada iba directamente al cubo de la basura o servía para practicar la carga de la película en las espirales de los tanques de revelado. Esa era otra, aquello había que hacerlo totalmente a oscuras y cuidado que no te saltara una pieza y tuvieras que buscarla a tientas, pues si dabas la luz, adiós trabajo. Ese fue mi primer encuentro con las interioridades de la Fotografía
Hoy, lo saben mis íntimos, me siento feliz parapetado detrás de mi cámara, captando..., iba a decir varias cosas..., captando..., la vida que pasa junto a mí.
Me gusta el reportaje periodístico y aún tengo en mi archivo fotos que nunca he positivado y que ahora que tengo tiempo iré digitalizando. Es una afición que sigo practicando con entusiasmo, cambiando el laboratorio por el ordenador, y la  película por la tarjeta.
Cuando pude hice la especialidad de Fotografía y obtuve el título de Graduado en Artes Aplicadas y estuve a punto de opositar a una plaza de maestro de taller, pero mi vida profesional y personal fue por otros derroteros, pues “sí servía para estudiar”.
La Fotografía desde entonces ha estado presente en mi vida y sigue estándolo ahora con más dedicación.



EL escarabajo budista, por F. JAVIER FRANCO.

Pintura de Braulio Hernández

     

Soy un pobre escarabajo pelotero. Con mis seis esmirriadas patas recorro todo un mundo cada día para procurarme el sustento, la vida es monótona, dura y llena de peligros acechantes, tanto por tierra como por aire. Si me preguntas si soy feliz, la verdad es que no sabría qué contestarte. En mi monotonía hay libertad y, a veces, hasta alegría, cuando encuentras un exquisito manjar o una escarabaja al punto en su básico instinto por procrear, porque también existe el sexo, e incluso sofisticado, entre los escarabajos.
La presencia de los humanos me asusta, más bien me horroriza. He visto muchos de ellos machacar de una pisada a algún congénere con la sola diversión de escuchar crujir el vano armazón de su cuerpo y ver su masa informe esturrearse. Estoy seguro de que entre mis enemigos el hombre es el más cruel y el más peligroso.
El pájaro, por ejemplo, te asalta desde arriba, te toma con el pico y te lleva directamente en un viaje increíble, aunque sea hacia la muerte, hasta su nido y sirves de alimento a sus larvas, bueno, sus polluelos. El hombre te mata y punto, no hay otra utilidad para él que tu muerte, y si es en defensa de lo suyo nunca lo hará frente a frente, no dará la cara, te dejará la trampa oculta y ruin, los venenos y gases traicioneros.
¡Y pensar que yo en una época fui así! Porque la primera vez que tuve conciencia de mi muerte y luego desperté de esta guisa, manteniendo el recuerdo del fin anterior, alcancé a comprender cuánta razón tiene el príncipe Buda.







Heredero del frío, por PEDRO CASAMAYOR RIVAS.


 
Pintura de Joseph Farquharson 

Despacio, suavemente
vuelvo a mis manos frías
para recordar cómo fue
la emboscada más sublime del mundo,
al tender mis ojos
más allá de la seguridad de la ventana
y poblar mi pecho de aquel sonido
con toda la compañía de los astros.

Esa noche de invierno,
de partituras centenarias
abrió la muerte de las dictaduras
y levantó entre mi padre y yo
un templo inmaterial
al que vuelvo cada vez
que de mi cielo huyen los pájaros.

La avena del cielo que creció en la montaña
esa noche acolchó mi patio,
hizo de mis tripas cónclave de cristales
con la intención de ensanchar
la superficie de mi cuerpo y compartir
el soplo de vida que sólo da
la primera nevada.


Naciste de mi amor, por LUCÍA NIETO OLIVER

Pintura de Christian Schloe



Naciste de mi amor cariño,
acompañada de la luna de las 10...
Y el baile de las estrellas.

Yo te di tu primer beso,
con tus ojitos abiertos como dos luceros,
ya vi que serías ese ser al que yo más quiero...

Mi primera niña,
y tu primer beso,
dos almas selladas para siempre.

Primer viaje, por ROSA BERBEL




Reminiscencia
1. f Acción de representarse u ofrecerse a la memoria el recuerdo de algo que pasó.
2. f  Recuerdo vago e impreciso.

La ciudad cristaliza provocando el estertor.

Yo,
desde mi leso movimiento de niña
reconozco cómplice
la desmemoria en el tráfico,
la alambrada sucia en el invierno,
la ebriedad en el timbre asediador de los horarios.

Aquí la carne es débil;
comprendo que de no serlo
el primer vuelo nos habría llevado mucho más lejos.

Pero veo las ruedas de los coches, las aceras,
la estructura de las casas,
el boceto de la línea que trazamos
calle a calle y me pregunto
si es esta la contienda,
el único salvajismo habituado.  

Amanece y ya no escucho más silencio
que el de la soledad de tu mano
encendiendo los semáforos.

El primer beso, por ANTONIA PILAR VILLAESCUSA RIUS


No entendí mi calor.
tampoco aquella ansia que existía en mí.
no pregunté, ni indagué.
acaso leí, pero las dudas quedaron.

Fue sencillo, pero no espontáneo.
la música lo facilitó.
Angel se llamaba, jamás lo olvidaré.
temblores, nervios, ímpetus  deseo y apetito.

Aquella cálida tarde de verano
creció como llamarada intensa.
mi cuerpo, aún adolescente
clamaba su piel y sus labios insistentemente.

Me molestó mi torpeza
mi evasivo mirar.
mi poca experiencia, amparó mi ignorancia.

Sus labios se pegaron en los míos
Inocentes y sin hábito de besos…
Sentí el cielo en mi pecho
Un nirvana celestial…
Cerré los ojos. Me abracé a él
Y con extrema pasión
Recibí en mi boca, el primer beso de amor.