Las
palabras pronunciadas, tienen un eco profundo
que
cala nuestra conciencia
como
una lluvia mansa.
Si
las escribes al viento,
el
olvido las arrastra como una hojarasca frágil,
si
las derramas en tinta, desangradas en papel,
ni el tiempo las desbarata.
Nadie
puede sustraerse al valor de una palabra,
aun
menos si la razón, tutora del sentimiento
como
el agua las empapa.
Menos
aun si la justicia, madre de la buena fe,
con
tesón las amamanta.
Todo
mi tiempo daría
por
un batallón de palabras,
que
lleven pan a los pueblos
y
equilibren la balanza.